"Si busco en los mapas
que nos dieron al llegar
me pierdo en la recta
sin brazar..."
"¿Dónde quedaron las historias de grandes caballeros que salvaban a bellas damas? ¿Dónde fue la guerrera que era dueña de su destino?"
Se quedó en el rincón pensativa, observando la gente diferente del local que bebía cómodamente sin ningún remordimiento. Repasaba sus ropas formales y sus distinguidos trajes, algunos con corbata, otros con chaqueta y camisa de seda, muchos con el cigarro encendido consumiéndose lentamente en sus vacías bocas. Hablaban de temas diversos, desde política y la situación actual del país hasta los últimos resultados de su equipo favorito de fútbol. Algunos incluso tenían charlas de lo más interesantes sobre temas filosóficos y divagaciones personales que pretendían exponer ante sus compañeros de mesa. Ella sorbió un poco más de su gintónic y pidió a la camarera que le trajera un vaso lleno de tequila. La anterior bebida se le quedaba corta para tranquilizar sus pensamientos. Acostumbrada a la escena, encendió otro cigarrillo contribuyendo a la espesa niebla que se había instalado en el local. La música, a un volumen audible y que no molestaba, daba un ambiente íntimo a los clientes que pretendían tener una velada agradable. Ella en cambio, pretendía olvidar un nombre de su cabeza, un maldito nombre y un maldito rostro grabados a fuego en sus memorias.
La camarera le dio el tequila y se lo bebió de un solo trago. Ésta la miró extrañada pero se fue sin decir nada. Se acomodó un poco en la incómoda silla y divagaba en momentos, frases o palabras clave para llegar a entender como se encontraba en esa situación. Sus ojos se cerraron al recordar su sonrisa y mordió sus labios al volver a tener en la mente sus piernas. Se sentía sucia cuando fantaseaba de esa forma, pero había acabado por acostumbrarse. Abrió los ojos y los detuvo en un chico que tendría más o menos su edad que no dejaba de mirarla. Sonrió forzosa, sin ganas apenas, pero él lo interpreto como una invitación a que se acercara y se sentara a su lado. Ella volvió la vista al humo que desprendía su cigarro, le dio otra calada y esperó paciente a que el chico se sentara y le formulara cualquier pregunta estúpida para empezar una conversación. En su mente una pregunta no dejaba de retumbar “¿La gente no percibe los sentimientos de los demás?”. Poco importaba ya, el chico había pronunciado la pregunta estúpida y no tenía otra salida. Intentó tomárselo con filosofía, al menos estaría alejada de su recuerdo por unas míseras horas.
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