Mil maneras de vivir. Mil formas de ver el mundo.
Empiezas a contar los segundo que quedan para irte. Las cosas que ocurren a tu alrededor te hacen sentir presa de la conmoción de tus últimos pensares. Cuando en tu pecho sientes que todo va a ser fatal y que no vas a conseguir alcanzar nada. Expresas tu emoción sin necesidad pero con contundencia, sin borradores, sin esquemas previos. No puedes hacerlos, porque nunca salen bien.
Te dejas llevar por la marea que te arrastra hasta lo más hondo. Te encuentras respirando en medio de un millón de personas y buscando una pizca de compañía entre todas ellas. ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres? Nunca lo sabrás.
Vives entre tus comodides, ajena a lo que los demás piensen. Eres consciente de que no hay más que puedas hacer. ¿Vas a luchar contra ellos? ¿Vas a demostrarles que te importa? No, porque no serviría más que para aumentar tu enfermedad emocional.
Los pies mojados por el agua. Caminar sin preocuparte en un día de lluvia con la mente totalmente en blanco. El pelo y la ropa totalmente empapados, permitiéndote no respirar de forma normal. Mueren los abismos que se abren entre dos carreteras. Mueren las conspiraciones entre esos dos charcos que separan tus pies.
Para terminar, nada que tenga sentido, como todo lo anterior. Las palabras frías o los alagos con fuertes intenciones no son para nada propios de nadie. Son solo una forma de representar que no eres consciente de lo que dices, ni de las consecuencias que pueden acarrear. Que definitivamente te falta más de un tornillo y que se te va la pinza más de una vez.
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