La
sala que hacía las funciones de comedor era enorme. Las paredes del
mismo color rojo oscuro que las del pasillo, estaban engalanadas con
una serie de cuadros y lámparas que iban alternándose entre sí. La
enorme mesa que había en el centro de la estancia llevaba por
sombrero una magnifica lámpara con forma de araña que culminaba
aquel ostentoso paisaje. Greta me invitó a sentarme a su lado y lo
hice observando la silla forrada de terciopelo. Luego pasé mi vista
hacia los cubiertos. Eran algo vulgares y chocaban mucho con aquella
exhibición de objetos preciosos.
-Parece que
no tienes gusto por las cuberterías de plata.
-La verdad,
detesto tener algo que voy a ensuciar y que con el tiempo se
estropeará entre las manos, me gusta ser más útil con las cosas
que utilizo todos los días.
Mientras
decía ésto Dana apareció por la puerta situada detrás de mí con
el carro que llevaba nuestra comida. Colocó una ensalada en el medio
de las dos y empezó a servir la sopa de una forma forzosamente
torpe. En cada cucharada que vaciaba sobre mi plato lograba salpicar
mi camisa o mis pantalones. Greta la observaba con una expresión
entre lo cómico y lo enfadado. Al ver la impasividad de su
sirvienta, le detuvo las manos antes de que empezara a servirla a
ella y le dijo:
-Puedo
tolerar que lo hagas conmigo. Pero ella es solo una invitada y no
debes tratarla así.
La
muchacha se quedó inmóvil durante unos segundos. Su rostro pareció
descomponerse y salió del lugar corriendo y llorando. Me sentí algo
preocupada por ella, pero no me había sentido capaz de defenderla,
así que continué soplando en mi cuchara llena de sopa intentando
sorber aquel líquido endiabladamente caliente.
A
los pocos minutos entró otra joven que trabajaba en el servicio, con
los mismos rasgos que Dana, tez pálida, pelo negro y ojos claros. De
no haber sido por las facciones de su rostro, hubiese jurado que eran
hermanas. Ante ésto me sentí completamente confusa y le pregunté a
Greta sobre aquella chica.
-Bueno,
siempre me ha gustado el contraste del pelo oscuro con ojos claros.
Pero últimamente he cambiado un poco mis preferencias.
No
entendía exactamente a que se refería y un nudo se formó en mi
estómago. Me excusé alegando que me encontraba mal para escaparme
de allí. Greta asintió con la cabeza y me dijo que nos veríamos
por la noche, ya que por la tarde estaría bastante ocupada. Yo me
despedí y salí de la sala hacia mi habitación. El comedor se
encontraba en la planta baja, dónde su enorme vestíbulo, presidido
por aquella escalera cubierta de una alfombra gris claro, estaba
también repleto de algunas obras y de algunos animales disecados.
No
me entretuve mucho y subí las escaleras donde se encontraba la
habitación de invitados. De camino observé el pasillo, estrecho y
largo hasta causar claustrofobia, que estaba adornado de la misma
forma que el comedor de la planta baja. Además, por él se
extenderían alrededor de unas cincuenta puertas que conducían, en
su mayoría, a habitaciones de invitados o de los "señores"
de la casa.
Me
detuve al llegar a mi puerta y me acordé de Dana. La sensación en
el estómago parecía desvanecerse lentamente, pero la curiosidad por
los actos de la sirvienta me carcomían por dentro. Seguí hacia
delante en mi trayecto, entrando en la mayoría de habitaciones
buscándola.
Llegué
hasta una puerta con un marco un poco más adornado que el resto.
Supuse que era la habitación de Greta y sentí curiosidad por
observar los aposentos de la señora Gargouille. Me
asomé un poco por el hueco que dejaba la puerta y encontré a Dana
sentada en la cama. Estaba quitándose su delantal y la camisa que
llevaba por uniforme. Su cuerpo pálido parecía brillar bajo la luz
directa de aquel sol bajo de invierno que hacía acto de presencia a
través de los grandes ventanales.
Escuché
unos pasos dirigirse hacia donde me encontraba y me escondí en la
habitación de enfrente. Observé la figura de Greta abrir la puerta
y detenerse allí a través de la cerradura antigua que adornaba la
puerta.
-¿Era
necesario que montaras aquella escena?
-Quería
hacerme la interesante antes de marcharme.
Greta
entró en la estancia sin cerrar la puerta. Salí de mi escondite
improvisado y me asomé. Allí, la señora Alfonso tenía rodeada con
sus brazos a la frágil de Dana quien había estrechado su cintura.
-¿Me
echarás de menos?- Dijo la sirvienta.
-Sabes que
no.- Respondió mientras le besaba el cuello.
-No, no lo
harás. Aún recuerdo cuando entré aquí por primera vez.- Besó los
labios de Greta y prosiguió.- Me parecías tan atrayente, tan
jodidamente persuasiva. Pasaron dos años hasta que decidiste hacerme
caso.
-Ya sabes,
era divertido hacerte sufrir.
Sin
querer hice ruido moviendo la puerta y ambas dirigieron la vista
hacia mí. Greta y Dana esbozaron una sonrisa a la vez que yo era
presa del pánico y salía corriendo de allí.
Llegué
hasta mi habitación y me tumbé en la que era mi cama. Empecé a
sollozar sin saber muy bien el porque. ¿Acaso sentía envidia por
aquella criada? ¿Quería estar en su lugar? ¿Por qué?
A
los escasos cinco minutos alguien entró y se sentó a mi lado,
acariciando mis cabellos rubios y mis mejillas mojadas.
-Siento que
nos tengamos que despedir de esta forma.- Me obligó a girarme hasta
verla de frente y continuó.- Pero es mejor que aprendas que no todo
lo que reluce es oro.
-¿Ella
te...
-Dudo que
me quiera.- Cortó con aire desinteresado.- Aunque yo tampoco la amo.
-Vosotras,
daba la impresión de que no...- No era capaz ni siquiera de acabar
una frase y ella las acababa por mí.
-Éso no es
odio, mi vida, es devoción.
Se
marchó de la habitación y yo me quedé inmóvil, con la mirada
perdida y totalmente confusa sin saber como tomarme las palabras de
Dana. ¿Qué es lo que estaba buscando con Greta? ¿Es más, quién
era yo para siquiera envidiar la suerte de aquella sirvienta?
La suerte, que estúpida era.
*
Cuando
desperté eran las 6 de la mañana. El día empezaba a clarear y yo
parecía sentirme algo mejor. Me desperecé y me cambié de ropa
dispuesta a darme un paseo por los exteriores de la mansión. Una vez
vestida, bajé las escaleras que conducían a la entrada del edificio
y encontré a Greta apoyada en el marco de la puerta con la criada
delante suya. Ésta se giró hacia mí y me guiñó un ojo mientras
Dana solo me confería una mirada cansada.
-No te
preocupes, intentaré escribirte y contarte lo que veo.
-No lo
harás.
Observé
a Greta, quien sostenía una rosa negra en la mano y otra entre sus
labios. Extendió su mano ofreciéndola a su sirvienta y añadió.
-Pero no
olvides de donde has salido.
-No lo
haré.- Luego Dana le dio un beso en la frente y subió al coche que
arrancó al instante, perdiéndose por el largo camino que conducía
a la salida de los dominios de la señora Alfonso.
Se
dirigió hacia mí, alargando el brazo ofreciéndome la otra rosa,
roja en este caso.
-Tómala,
cuando te marches te regalaré otra.
-Entonces
será en breve, pues me gustaría acabar con el asunto cuanto antes
para poder irme a casa.
-Como
desees, vamos a mi despacho.
De
camino, Greta llamó a una de las sirvientas y le pidió que nos
trajeron el desayuno. Al llegar a él me senté en el mismo lugar que
ocupé a mi llegada mientras ella sacaba de una carpeta un par de
papeles.
-Entonces
el museo se compromete a darme el 130% del valor real de mi colección
¿Cierto?
-Así es.
Saben el valor que tienen para ti y reconocen las molestias que te
has tomado al reunirlas.
-Claro,
aunque lo hice con gusto, en cuanto a la cláusula....
Su
tono, desenfadado y despreocupado, pasó a ser frío y formal. Su voz
repetía los puntos en los que no estaba de acuerdo intentando
defender sus intereses como la magnífica empresaria que era.
Mientras tanto, yo observaba, abstraída totalmente de la
conversación, la camisa azul que dejaba al descubierto su hombro.
-Tendría
el derecho a atribuirme el honor de su agrupación. Además podría
aumentar las obras que pertenecen a esta colección sin cederlas al
museo.
-Creo que
no habrá problemas con éso.
Aquella
formalidad empezaba a ponerme de los nervios. Su postura hacía honor
a su apodo de señora "Gargouille", fría,
impasible. Observé sus ojos protegidos por aquellas gafas de
patillas oscuras. Mis manos apretaban mis piernas buscando una forma
de calmar mis nervios. No lo soportaba, esa manera de comportase me
estaba desquiciando y no pude más que cortarla y decirle:
-¿Cómo
puedes ser tan diferente?
Ella
me miró levantando una ceja y se recostó en el sillón.
-Sé
separar lo que son los negocios de lo que es el placer.- Se levantó
y empezó a firmar los documentos que otorgaban la colección a mi
museo.- Aunque hay muchas veces que lo detesto.
Dejó
el bolígrafo en la mesa y repasó los papeles una vez más. Luego
los dejó delante mía y me pidió que comprobase que todo estaba en
su sitio.
-Supongo
que con ésto tendré que marcharme.- Los revisé una vez más,
intentando centrar a mi confusa mente en lo que estaba haciendo.
Cuando me disponía a marcharme con ellos, la mano de Greta me detuvo
arrebatándome los documentos de las manos.
-Te
propongo algo, no te los daré a menos que te quedes un par de
semanas más.
-¿Qué?
¿De qué hablas?
-Muy
simple, quiero que alargues tu estancia aquí.-Dejó los papeles
encima de la mesa y empezó a acercarse a mí.
-Éso es
chantaje.
-O no,
querida, no lo es.- Me cogió por la cintura y susurró en mi oído.-
Es una proposición.
-Sigue
siendo chantaje.- Mi respiración y mis latidos empezaban a alterarse
por momentos a causa de la proximidad de Greta.
-No lo es.-
Me besó de repente dejándome sin replicas o excusas.- Porque tú
quieres hacerlo.
Me
condujo hasta su habitación. La habitación que horas antes había
sido ocupada por Dana y por ella. Sus finas manos de uñas largas,
aunque tebias, acariciaban mis mejillas mientras me besaba. Una vez
dentro, ella se situó detrás de mí y me quitó la camisa a
la vez que besaba mi cuello.
-¿Sabes
por qué me gusta el arte de este tipo?- Exhalé un gemido a modo de
pregunta y continuó.- Porque nunca voy a ser capaz de sentir esa
desesperación por nadie.
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