miércoles, 27 de junio de 2012

La cara oscura de la luna (parte 2)




La sala que hacía las funciones de comedor era enorme. Las paredes del mismo color rojo oscuro que las del pasillo, estaban engalanadas con una serie de cuadros y lámparas que iban alternándose entre sí. La enorme mesa que había en el centro de la estancia llevaba por sombrero una magnifica lámpara con forma de araña que culminaba aquel ostentoso paisaje. Greta me invitó a sentarme a su lado y lo hice observando la silla forrada de terciopelo. Luego pasé mi vista hacia los cubiertos. Eran algo vulgares y chocaban mucho con aquella exhibición de objetos preciosos.

-Parece que no tienes gusto por las cuberterías de plata.
-La verdad, detesto tener algo que voy a ensuciar y que con el tiempo se estropeará entre las manos, me gusta ser más útil con las cosas que utilizo todos los días.

    Mientras decía ésto Dana apareció por la puerta situada detrás de mí con el carro que llevaba nuestra comida. Colocó una ensalada en el medio de las dos y empezó a servir la sopa de una forma forzosamente torpe. En cada cucharada que vaciaba sobre mi plato lograba salpicar mi camisa o mis pantalones. Greta la observaba con una expresión entre lo cómico y lo enfadado. Al ver la impasividad de su sirvienta, le detuvo las manos antes de que empezara a servirla a ella y le dijo:

-Puedo tolerar que lo hagas conmigo. Pero ella es solo una invitada y no debes tratarla así.

    La muchacha se quedó inmóvil durante unos segundos. Su rostro pareció descomponerse y salió del lugar corriendo y llorando. Me sentí algo preocupada por ella, pero no me había sentido capaz de defenderla, así que continué soplando en mi cuchara llena de sopa intentando sorber aquel líquido endiabladamente caliente.
    A los pocos minutos entró otra joven que trabajaba en el servicio, con los mismos rasgos que Dana, tez pálida, pelo negro y ojos claros. De no haber sido por las facciones de su rostro, hubiese jurado que eran hermanas. Ante ésto me sentí completamente confusa y le pregunté a Greta sobre aquella chica.

-Bueno, siempre me ha gustado el contraste del pelo oscuro con ojos claros. Pero últimamente he cambiado un poco mis preferencias.

    No entendía exactamente a que se refería y un nudo se formó en mi estómago. Me excusé alegando que me encontraba mal para escaparme de allí. Greta asintió con la cabeza y me dijo que nos veríamos por la noche, ya que por la tarde estaría bastante ocupada. Yo me despedí y salí de la sala hacia mi habitación. El comedor se encontraba en la planta baja, dónde su enorme vestíbulo, presidido por aquella escalera cubierta de una alfombra gris claro, estaba también repleto de algunas obras y de algunos animales disecados.
   No me entretuve mucho y subí las escaleras donde se encontraba la habitación de invitados. De camino observé el pasillo, estrecho y largo hasta causar claustrofobia, que estaba adornado de la misma forma que el comedor de la planta baja. Además, por él se extenderían alrededor de unas cincuenta puertas que conducían, en su mayoría, a habitaciones de invitados o de los "señores" de la casa.
   Me detuve al llegar a mi puerta y me acordé de Dana. La sensación en el estómago parecía desvanecerse lentamente, pero la curiosidad por los actos de la sirvienta me carcomían por dentro. Seguí hacia delante en mi trayecto, entrando en la mayoría de habitaciones buscándola.
    Llegué hasta una puerta con un marco un poco más adornado que el resto. Supuse que era la habitación de Greta y sentí curiosidad por observar los aposentos de la señora Gargouille. Me asomé un poco por el hueco que dejaba la puerta y encontré a Dana sentada en la cama. Estaba quitándose su delantal y la camisa que llevaba por uniforme. Su cuerpo pálido parecía brillar bajo la luz directa de aquel sol bajo de invierno que hacía acto de presencia a través de los grandes ventanales.
   Escuché unos pasos dirigirse hacia donde me encontraba y me escondí en la habitación de enfrente. Observé la figura de Greta abrir la puerta y detenerse allí a través de la cerradura antigua que adornaba la puerta.

-¿Era necesario que montaras aquella escena?
-Quería hacerme la interesante antes de marcharme.

    Greta entró en la estancia sin cerrar la puerta. Salí de mi escondite improvisado y me asomé. Allí, la señora Alfonso tenía rodeada con sus brazos a la frágil de Dana quien había estrechado su cintura.

-¿Me echarás de menos?- Dijo la sirvienta.
-Sabes que no.- Respondió mientras le besaba el cuello.
-No, no lo harás. Aún recuerdo cuando entré aquí por primera vez.- Besó los labios de Greta y prosiguió.- Me parecías tan atrayente, tan jodidamente persuasiva. Pasaron dos años hasta que decidiste hacerme caso.
-Ya sabes, era divertido hacerte sufrir.

    Sin querer hice ruido moviendo la puerta y ambas dirigieron la vista hacia mí. Greta y Dana esbozaron una sonrisa a la vez que yo era presa del pánico y salía corriendo de allí.
    Llegué hasta mi habitación y me tumbé en la que era mi cama. Empecé a sollozar sin saber muy bien el porque. ¿Acaso sentía envidia por aquella criada? ¿Quería estar en su lugar? ¿Por qué?
    A los escasos cinco minutos alguien entró y se sentó a mi lado, acariciando mis cabellos rubios y mis mejillas mojadas.

-Siento que nos tengamos que despedir de esta forma.- Me obligó a girarme hasta verla de frente y continuó.- Pero es mejor que aprendas que no todo lo que reluce es oro.
-¿Ella te...
-Dudo que me quiera.- Cortó con aire desinteresado.- Aunque yo tampoco la amo.
-Vosotras, daba la impresión de que no...- No era capaz ni siquiera de acabar una frase y ella las acababa por mí.
-Éso no es odio, mi vida, es devoción.

     Se marchó de la habitación y yo me quedé inmóvil, con la mirada perdida y totalmente confusa sin saber como tomarme las palabras de Dana. ¿Qué es lo que estaba buscando con Greta? ¿Es más, quién era yo  para siquiera envidiar la suerte de aquella sirvienta? La suerte, que estúpida era.

*

Cuando desperté eran las 6 de la mañana. El día empezaba a clarear y yo parecía sentirme algo mejor. Me desperecé y me cambié de ropa dispuesta a darme un paseo por los exteriores de la mansión. Una vez vestida, bajé las escaleras que conducían a la entrada del edificio y encontré a Greta apoyada en el marco de la puerta con la criada delante suya. Ésta se giró hacia mí y me guiñó un ojo mientras Dana solo me confería una mirada cansada.

-No te preocupes, intentaré escribirte y contarte lo que veo.
-No lo harás.

     Observé a Greta, quien sostenía una rosa negra en la mano y otra entre sus labios. Extendió su mano ofreciéndola a su sirvienta y añadió.

-Pero no olvides de donde has salido.
-No lo haré.- Luego Dana le dio un beso en la frente y subió al coche que arrancó al instante, perdiéndose por el largo camino que conducía a la salida de los dominios de la señora Alfonso.

Se dirigió hacia mí, alargando el brazo ofreciéndome la otra rosa, roja en este caso.

-Tómala, cuando te marches te regalaré otra.
-Entonces será en breve, pues me gustaría acabar con el asunto cuanto antes para poder irme a casa.
-Como desees, vamos a mi despacho.

     De camino, Greta llamó a una de las sirvientas y le pidió que nos trajeron el desayuno. Al llegar a él me senté en el mismo lugar que ocupé a mi llegada mientras ella sacaba de una carpeta un par de papeles.

-Entonces el museo se compromete a darme el 130% del valor real de mi colección ¿Cierto?
-Así es. Saben el valor que tienen para ti y reconocen las molestias que te has tomado al reunirlas.
-Claro, aunque lo hice con gusto, en cuanto a la cláusula....

     Su tono, desenfadado y despreocupado, pasó a ser frío y formal. Su voz repetía los puntos en los que no estaba de acuerdo intentando defender sus intereses como la magnífica empresaria que era. Mientras tanto, yo observaba, abstraída totalmente de la conversación, la camisa azul que dejaba al descubierto su hombro.

-Tendría el derecho a atribuirme el honor de su agrupación. Además podría aumentar las obras que pertenecen a esta colección sin cederlas al museo.
-Creo que no habrá problemas con éso.

     Aquella formalidad empezaba a ponerme de los nervios. Su postura hacía honor a su apodo de señora "Gargouille", fría, impasible. Observé sus ojos protegidos por aquellas gafas de patillas oscuras. Mis manos apretaban mis piernas buscando una forma de calmar mis nervios. No lo soportaba, esa manera de comportase me estaba desquiciando y no pude más que cortarla y decirle:

-¿Cómo puedes ser tan diferente?

   Ella me miró levantando una ceja y se recostó en el sillón.

-Sé separar lo que son los negocios de lo que es el placer.- Se levantó y empezó a firmar los documentos que otorgaban la colección a mi museo.- Aunque hay muchas veces que lo detesto.

   Dejó el bolígrafo en la mesa y repasó los papeles una vez más. Luego los dejó delante mía y me pidió que comprobase que todo estaba en su sitio.

-Supongo que con ésto tendré que marcharme.- Los revisé una vez más, intentando centrar a mi confusa mente en lo que estaba haciendo. Cuando me disponía a marcharme con ellos, la mano de Greta me detuvo arrebatándome los documentos de las manos.
-Te propongo algo, no te los daré a menos que te quedes un par de semanas más.
-¿Qué? ¿De qué hablas?
-Muy simple, quiero que alargues tu estancia aquí.-Dejó los papeles encima de la mesa y empezó a acercarse a mí.
-Éso es chantaje.
-O no, querida, no lo es.- Me cogió por la cintura y susurró en mi oído.- Es una proposición.
-Sigue siendo chantaje.- Mi respiración y mis latidos empezaban a alterarse por momentos a causa de la proximidad de Greta.
-No lo es.- Me besó de repente dejándome sin replicas o excusas.- Porque tú quieres hacerlo.

    Me condujo hasta su habitación. La habitación que horas antes había sido ocupada por Dana y por ella. Sus finas manos de uñas largas, aunque tebias, acariciaban mis mejillas mientras me besaba. Una vez dentro, ella se situó detrás de mí y me quitó la camisa  a la vez que besaba mi cuello.

-¿Sabes por qué me gusta el arte de este tipo?- Exhalé un gemido a modo de pregunta y continuó.- Porque nunca voy a ser capaz de sentir esa desesperación por nadie.


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