Todas las tardes hacía lo mismo. Cuando se tomaba un descanso, bajaba hasta la cocina y se calentaba un vaso de leche tremendamente azucarada para calentarse las manos. Abría la puerta del microondas, tocaba el vaso y decidía dejarlo dentro unos segundos más. Cuando sonaba la señal, lo sacaba dejándolo encima del banco mientras buscaba una cuchara en el cajón de los cubiertos. Luego, removía su vaso sin demasiado entusiasmo intentando deshacer el azúcar que hubiese sobrevivido a las ondas de aquel electrodoméstico. Dejaba la cuchara dentro del fregadero e intentaba llevarse a la boca aquel infernal vaso. Al comprobar que sus lentes se empañaban, lo dejó de nuevo y esperó, acariciando el borde redondo y observando como el humo se perdía en el aire. Intentó de nuevo cogerlo y sintió aquel calor abrasador penetrando desde sus manos hasta todas las partes de su cuerpo. Probó suerte y dio un trago que casi le calcinó la lengua.
-Me he vuelto a pasar.
Y es que aún quedan muchos vicios por perfeccionar...
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