martes, 4 de diciembre de 2012

Golpe

           A veces te encuentras paseando por la playa, sola y arropada por el frío que desprenden las noches de invierno. Miras las olas, siempre golpeando la tierra con entusiasmo. Te resignas, te ríes y sigues caminando sin dejar de pensar.
       Tu mente se convierte en un laberinto de hechos y situaciones que no te dejan respirar en paz. Recuerdas sin esfuerzo el tiempo que ha transcurrido desde la primera vez que te sentiste de esa forma, la primera vez que te viste al borde de un abismo que no dejaba de tentarte con sus infinitas posibilidades para caer. Has hecho pedazos todo aquello que más has amado, dañándote a ti misma a la vez al comprobar que has corrompido algo que era demasiado noble.
         Te paseas entre la memoria de las cosas que has vivido, de los momentos que permanecerán siempre en tu piel como si se trataran de cicratices. De todos aquellos labios a los cuales has besado y de todos los ojos de los que has bebido. Te dejas caer entre toda esa montaña, y a pesar de ello, ella sigue destacando entre todos. Te has dejado perder, te has abandonado a la desidia y no hay nada que pueda controlar tu maldito sarcasmo. No hay punto de retorno, no hay salida posible por la cual poder escapar. Miras atrás en el tiempo y te maldices. Aún ríes, pero estás llorando. No puedes librarte de lo que te ata a ella, de la nada que te aferra a ser fiel feligresa de sus pasos y de su piel. Y da igual por cuantas veces te lo repitas a ti misma, da igual las veces que ella golpee todos tus sentidos. No puedes marcharte. ¿Irónico verdad?
          Las olas seguirán golpeando la tierra, tal y como lo han hecho desde siempre. Nada cambiará por ésto, nada alterará su ritmo de vida. Nadie entenderá que ocurre realmente en mi mente.

           Maldita ironía...

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