Porque en este juego, el que primero se arriesga sin pensar antes en las consecuencias de sus acciones, suele perder. Y lo peor de todo es que una vez estás dentro necesitas llevarlo hasta el final, aunque conozcas de antemano qué va a ocurrir. No puedes escapar y cuanto más lo intentas más parece acrecentar esa necesidad imperiosa de gritarle al mundo entero lo que realmente se pasa por tu mente.
Barajar el mar de posibilidades
que marcaste como posibles ases
de una partida que ni habías supuesto antes.
Dar la vuelta a la baraja
y mostrar que no hay nada
ni siquiera una mísera carta.
Revertir las palabras en juego
y conjugarlas aparentando desgana
escondiendo el sangrado de un alma
que nunca entendió porqué ese deseo.
Desdoblar las miradas
y penetrar en el punto más hondo
deseando que no exista otro modo
de volver a ver su fantasma.
Las palabras se marchitaron antes de salir de su boca
y toda su retórica junto con sus penosas formas,
se deshicieron como el hielo, esperando la mejor hora
para salir corriendo y dejar a su dueña de una puta vez rota.
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