La vida es aquello que pasa entre colilla y colilla...
Las personas cambian. Es un hecho inevitable que todos tenemos presente pero que nadie puede llegar a aceptar del todo o asimilar como algo natural. Con la vida sucede lo mismo. Todos nacemos dentro de un aura protectora que nos defiende de las preocupaciones adultas o del pensamiento de que algún día todo terminará. Cuando crecemos y contemplamos esta verdad, nos impactamos, no la aceptamos y pataleamos sin creer que ese sea el destino de todo ser humano. Hasta que llega un día en que te resignas, aceptas que es así y que no puedes hacer nada para que no suceda. Crees estar preparado para todo lo que pueda acontecerte, que tu mente aceptará cualquier cosa sin rechistar y sin causarte dolor de cabeza. Pero no es así.
El ejemplo más claro es la muerte. Suena tétrico y funesto, lo admito, pero es cierto. Todos nacemos predestinados a acabar en una caja de madera y bajo tierra. ¿Hay alguien qué pueda alterarlo? Tal vez dilatarlo, pero jamás escapar a ello. Por eso, es curioso que nos apenemos cuando alguien fallece simplemente porque deberíamos tener asimilado que es inevitable que tarde o temprano suceda. Y aún así sentimos esa pérdida como algo irreparable, que lo es, y nos hundimos en un mar de lágrimas o de silencios oscuros. Todo porque no aceptamos ese cambio.
La dualidad que surge se encuentra en las distintas formas de abordar la situación, como he mencionado antes. Hay personas que lloran, se desahogan o se apoyan en todos los hombros que encuentran y al cabo de pocos días pueden seguir su vida de manera totalmente normal. Otros no muestran ese dolor y eso les condiciona a estar para siempre ligados a esa pérdida que jamás pudieron sacar de su interior. También existen los que no sienten nada, pero son los que menos.
Sucede lo mismo con los cambios de la vida. Hay veces que las personas no aceptamos que algo tenga que cambiar, simplemente porque no soportamos que todo a nuestro alrededor sea efímero, casi intangible. Como el doble filo de un momento feliz, que provoca una curvatura en los labios cuando sucede, en unos segundos o minutos que se escapan de las manos y luego inunda los ojos al ser recordado posteriormente. Es desconcertarte.
Las personas cambian, es un hecho inevitable. Cambian su manera de vestir, la forma de su pelo, los colores que más le gustan, la forma de ser o el lugar en el que residen. Sus párpados se hunden y las arrugas marcan la edad en la piel. ¿Quién es capaz de detener ésto después de todo? Nadie. Por ello no debería sorprender que alguien a quién amabas se transforme de la noche a la mañana en un ser totalmente desconocido, o que cuando te mires al espejo por la mañana no veas lo mismo qué la noche anterior antes de acostarte.
Para no excederme más, hay veces que la vida se muestra totalmente absurda y que cambia de manera caótica para dejarte sin habla con cada nuevo cambio. Las cosas como son, somos animales dominantes que jamás aceptaran no tener el control de todo en esta vida. Y yo, me incluyo entre ellos.
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