Llevabas la razón...
Corro, no dejo de correr. Tus pisadas se graban en el suelo pero no conducen a ningún lado. Siempre sé dónde estarás, pero jamás consigo encontrarte. Pierdo tu esencia, me quedo inmóvil, suspiro y tiemblo. Veo el mismo espejo que nos refleja, aunque tu imagen en verdad no está. En su lugar una simple sombra, que se muestra como un espejismo al cual no puedo tocar. Te veo detrás de mí, me giro y trato de tocarte, pero te desvaneces en mis manos. Persigo tus susurros entre toda esta inmensidad de absurdeces, busco desesperada escuchar tu voz con claridad. Maldita sea ¿Dónde te escondes? No dejo de correr, aunque estoy cansada. ¿Cómo puedo cansarme? Soy demasiado testaruda.
Recorro cada fragmento de nuestras memorias conjuntas y en todas ellos tu rostro parece una máscara sin emoción. Intento que reaccione pero es imposible. La sonrisa parece haberse grabado a fuego en ella y no se mueve. Sin embargo, es tan frágil que se deshace entre mis dedos cuando al fin consigo rozarte. ¿Quiénes somos? No corro, pero sigo caminando. Tengo que conseguir hacerlo aunque sea una simple vez más. Todo esto que hago sin pensar, lo hago por... Ni siquiera lo sé. Sabía que no llovía eternamente, pero mi mente rota no puede aceptar que te tengas que desintegrar por culpa de esa misma tormenta. Quiero estrecharte, sentir que existes en mi mundo, que no te has alejado tanto que no puedo alcanzarte.
Cambio el rumbo de mis pasos, pero siempre con la misma finalidad. Cada vez se vuelven más pesados, pero siguen empeñados en realizar mis más imposibles metas. ¿Quién se lo va a impedir si no tengo voluntad para detenerlos? No puedo renunciar tan pronto. Ni tan tarde, porque simplemente no podía aceptarlo. Sigo queriendo que pertenezcas a mi historia, que tu camino, aunque sea diferente al mío, siga cruzándose con este. Corro otra vez y extiendo mi brazo hacia tu figura que no puedo alcanzar, inmóvil, como si realmente mis piernas no se moviesen del lugar donde se encuentran. Mis rodillas flaquean y me dejo caer, aunque con el brazo aún estirado mientras susurro aquella vieja frase:
"Para *****, algo que carece de valor,
¿Pero, a ti y a mí, cuándo nos ha importado eso?"
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