Claro, muchos ( e incluso yo) pensarán que fue cosa de la edad, unos años en los que el sentir se vuelve más ardiente, impaciente y fatalista que ahora con unos cuantos más entre las cejas. Y lo peor de todo es que no han sido muchos: de pronto he ido perdiendo esas ganas de gritar lo que me rodea y lo he sustituido por una calma imperturbable que trata de pensar lo más racionalmente que puede ( aunque la mayor parte de las veces no sea así). Las normas, el cambio que se da poco a poco mientras entras en determinadas fases de la vida es algo desconcertante. Muy desconcertante.
Tiemblo al pensar en todo esto y al recordar mis palabras, mis frases, mis poemas, mis relatos, mis paranoias mentales y mis deseos. Esos deseos inalcanzables y que sin embargo me parecían más cerca de mi mano de lo que ahora podría suponer. La devoción por los sentimientos, la creencia en unos ideales de ensueño y los pensamientos perdidos en la inmensidad de un anhelo asfixiante: qué tonta.
Supongo que madurar es esto: resignarse a que los sueños, aun siendo bonitos y pudiendo aliviar los anhelos frustrados, sueños son.
Curiosísimo curioso:
el tiempo pasa
no los ojos.
Extrañísimo, extraña:
tiene de color rojo
tiene de color rojo
una almohada plateada.
Las ventanas rotas:
sentada en su mecedora
discrepa con las horas
el fin del mismo:
Envejecer, curar heridas,
sanar, marchitar los días,
ensuciar la cama concedida
a los solitarios gemidos de su vida.
Que no hay idiotas, que no hay otra vez,
que sí, que el tiempo es cíclico
pero qué le vamos a hacer, *****,
qué le vamos a hacer...
PD: Y encima, tengo la sensación de que me repito. Coincidencias.
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