Hace tiempo que no escribo nada por estos lares y, llegando el final de las vacaciones y del verano, creo que es una buena ocasión para comentar unas cuantas cosas; principalmente porque creo que ha sido uno de los mejores años de lo que será mi vida y que voy a recordar con bastante melancolía a partir ahora.
Santander, en primer lugar, creo que por ella sola merece la pena hablar: tanto el año pasado, cuando conocí a gente maravillosa; como este año, en el que los 6 días que pasé allí, fueron sencillamente mágicos (hago un inciso aludiendo a M.A., a quién no me atreví a preguntarle el nombre en persona. Sigo sin saber por dónde aprieto la pasta de dientes). Todo lo que me ocurrió allí, al margen del paisaje que es sencillamente indescriptible, no hace sino aumentar mis ganas de vivir entre lluvias y frío.
Luego, Florencia... Sin palabras. Estoy completa y absolutamente enamorada de la cabeza a los pies de esa ciudad. Solo quiero pediros que, si tenéis la oportunidad, visitadla y, lo más importante, quedaos unos días; os sorprenderá tanto de día como de noche. Debo reseñar, también, que los días que estuve pisando sus calles me han cambiado, al menos en parte. Emocionalmente, me siento bastante inestable y es como si hubiese vuelto 5 años atrás (15 años, sí; en aquella época escribía por los codos. ¿Lo recordáis?).
Sin embargo, parece que el paso del tiempo nos vuelve más hipócritas, obstinados e imbéciles. Tranquilizamos pasiones que antes nos hubiese parecido un crimen abandonarlas y creemos, incluso, que es lo mejor: "¿No tenemos edad para tantas tonterías, no? Ya hemos hecho bastante el capullo". Aprendemos que, después de todo, la vida está llena de interrogantes y que, a diferencia de lo que nos parecía antes, no van a resolverse nunca.
Supongo que es justo en ese punto en el que todos tiramos la toalla. Acabad de disfrutar del verano y, sobre todo, no dejéis de ser niños (crecer es malo).
PD: Os dejo una canción para que el muermo de post se suavice: