Siempre recuerdo aquel día de
forma agridulce: el éxtasis conjugado en un posterior vacío, un abismo sin
fondo que parecía querer romper la mismísima Tierra.
"Qué harías tú..."
Respirar era una acción común
que todos los días acertaba a cumplir con atino. Inspirar y expirar, sin
demasiado ahínco ni demasiada desgana: un hábito normal. Pero había algo que la
alteraba, algo que excitaba su ritmo y creaba arritmias en su compás, un
insignificante e insulso suceso que últimamente tenía la costumbre de repetirse
y de generarle ansiedad. Aparecía: inocente, ignorante, irreverente e incluso
algo diferente. Absurda.
No era el modelo ni el prototipo que
siempre había causado su excitación, no era ni por asomo la estela de lo que
ella siempre había amado destruir: ¿Qué sentido tenía humillar a alguien que ya
era, por simple coincidencia del destino, inferior a ti mismo? ¿Qué valor, qué
morbo, qué satisfacción podía tener dominar a alguien que ya te debía sumisión?
No, no tenía sentido, ni valor, ni morbo; ni siquiera un mínimo destello de
satisfacción. O no debía tenerlo.
Fuese como fuese, se veía arrastrada
todos los días a jugar con ella: fingía interés, que la
apreciaba y de pronto se apartaba dejándola en la estacada. La atraía a su red
hasta que conseguía atraparla para dejarla allí sin comérsela, abandonada, sola y
sin esperanza de que ese tormento terminase. La balanceaba entre su telaraña,
liberándola y enjaulándola a partes, a mitades; sin decidirse. ¿Acaso no era lo
mejor que sabía hacer?
Aquel día se sentía sumamente
nerviosa y, por ende, en su cuerpo estallaba la necesidad de doblegarla y
retorcerla hasta que suplicase clemencia. Sin embargo, sus ganas siempre
estaban sometidas a la situación y guardaba la compostura delante del mundo
mientras su excitación no hacía más que ir en aumento. Cuando, por fin, se
quedaron a solas, se lamió los labios de forma inconsciente mientras disimulaba
su interés en las pisadas de ella que se acercaban tímidamente.
Escuchó
sus labios clamando su favor para que le ayudase “¿Puedo enseñarte esto?”. Casi
con entusiasmo descafeinado cogió el papel y fingió leerlo a desgana, mientras
por su mente pasaban mil y una formas de machacar el ego febril de la que tenía
delante. Sin levantar la vista del folio le dijo:
-¿Hacías esto mientras me ignorabas, cierto?
-Yo… supongo… no…
Ya había
empezado: ella tartamudeaba insegura, tambaleándose y, seguramente, pensando
alguna excusa para ganarse su favor. Pobre niña estúpida.
-- Deberías ser menos altanera y preocuparte por rendir
bien. ¿No fuiste tú quien tenía ganas de trabajar aquí?
-Sí, tienes razón, pero...
-¿Crees que siempre te salvarán tus buenas formas y tu
capacidad de improvisación? Habrá un momento en el que no puedas echar mano de
tus dones.
Sintió como ella empezaba a retroceder y a perder las ganas de impresionarla, algo que provocó un escalofrío de placer en su nuca. No la había mirado directamente desde que se había acercado y sin embargo la observaba de reojo mejor que nunca: los mismos pantalones, la misma camisa, las mismas botas, las mismas gafas cubriendo unos ojos asustados de ella. Absurda, vulgar, insolente; demasiado atrayente.
-Creo... creo que...
-¿Crees, qué?
-Yo...- La veía tartamudear
mientras no dejaba de fijar su vista en el papel. No quería darle importancia,
no quería darle nada; sin embargo, adoraba verla allí, casi arrodillada
tratando de complacerla.- Creo que tienes razón.
-Por supuesto.
-Lo siento.
-No tengo tiempo para estas
tonterías. Esfuérzate más.
Sí,
eso esperaba; quería, necesitaba que ella se sintiese culpable de su reacción,
pidiéndole compasión como hacía ahora mismo. Sonrió para sí mordiéndose el
labio inferior: desde hacía días sentía la ansiedad de destrozarla no solo por
dentro, sino por fuera, tenerla a su merced en cuerpo y alma. Se llevó
la mano al muslo y se lo apretó con fuerza, tratando de calmarse y de razonar.
-Sí, me debes esa disculpa.
Podríamos quedar.- Le encantó el
brillo que apareció en los ojos de ella cuando pronunció esas palabras.
-¿Quedar? Sí, sí, cuando quieras.
-No, mujer, cuando tú puedas.
No
iba a concretarle la fecha y probablemente no quedaría con ella fuera, aunque se
muriese de ganas realmente. La observó por primera vez de frente, inyectando la
mirada en sus ojos y denotando un interés falso y verdadero al tiempo que no
podía más que causar la confusión que ya se reflejaba en ella. Siguió
apretándose el muslo con fuerza mientras trataba de coger fuerzas para
marcharse.
-Ya me dirás algo, tengo que
irme.
-Sí, hablaremos de esto.
-Claro.- Se giró de espaldas y se
adelantó hacia la puerta mientras la dejaba atrás, sonriendo por fin
abiertamente segura de que esta no la veía.
-No lo dudes, mi vida.
Un último golpe mortal: la tenía de nuevo a sus pies.
PD: "Narcisismo es lo que impera."
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"Acojonada, intimidada: muerta de miedo.
Se acordaba de su cara,
no podía dejar de esconder la sonrisa.
Caminaba por el pasillo absorta
en sus pensamientos,
se lamía el labio inferior,
se lo mordía atrayéndolo a su boca.
Cada vez más adentro.
Sigue caminando,
con la piel erizada
deseando encontrársela hoy,
pensando cómo ilusionarla,
enamorarla
para luego,
impúdicamente rechazarla,
repetidas veces.
Seguía acordándose de ese día:
la sensación vertiginosa
recorre toda su espalda cuando la deja
entre las cuerdas,
empotrada en una pared,
sin salida.
No importan las miradas,
la excitación sigue creciendo
con el peligro de que los ojos ajenos
la vean rozando,
arañando lo prohibido.
La ve, la mira,
la tiene, la quiere:
Sumisa, arrodillada e inocente.
Contiene los impulsos,
quiere hacerla explotar susurrando
palabras que encandilan,
y matan después:
Tú brillas.
Lo más dulce que puede oler;
el miedo,
la expectativa de tenerla de nuevo
delante y destrozarla.
Luego, fingir
que la vuelve a recomponer
para exterminarla sin piedad,
otra vez.
Amparo Alemany Martínez"
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