Manos. Repasan las mejillas y secan las gotas que resbalan por ellas mientras se deslizan suavemente hasta el cuello, donde aprietan y asfixian. La mirada cambia y las pupilas se derriten a un sentimiento que es contradictorio, agridulce. Extraño. El leve movimiento de arriba a abajo acaba llegando a los senos; y estruja, muerde, pervierte. Quema, sin las marcas de la ceniza que se guardan en el interior del pecho; aunque aún calientes. La mente se abandona a un torrente de recuerdos y momentos nunca ocurridos pero demasiado presentes en sus memorias: gime, por primera vez.
La ansiedad sube, el clamor y el deseo parecen adueñarse de toda razón o lógica dejando que las manos se aten por otras desconocidas que no imaginan lo que sucede en ellas. ¿Quién es dueño en esos momentos? Otra lágrima llega a descender hasta el ombligo junto a aquellas que ahora son señoras. Un río pequeño, frío, traza el camino hasta el principio del fin. No hay marcha atrás, cielo.
No hay sugestión más potente que sus trágicas fantasías: ella ante ella, sin nadie más. Y el baile, en la realidad, empieza. Las caricias ahora restallan y se oye una fricción constante junto a unos ojos que pretenden aquello que ya no puede someterse más. Gime, sí; lo siente, se deja abrumar por ese pequeño goce. ¿Qué otra cosa podría hacer? Grita, por primera vez, mientras otra lágrima se queda en su pecho.
Todo parece conjugarse: no quiere reconocerlo, pero no lo soporta más. Dolor, angustia, todo en un estallido proclamado a gritos. La rabia se concentra en esas caricias
devastadoras que rompen el alma a cualquiera que ose entregarse a
ellas. Aire, ahogo en un momento eterno mientras la pantalla sigue con
el brillo al mínimo.
Y el mismo nombre, la misma sentencia, el mismo libro acabado e inconcluso.
"Hasta nunca"
Puedo olvidar, puede comerme la ansiedad,
puedo salir, puedo girar, puedo ser fácil de engañar,
puedo joder, puedo encantar, puedo llamarte sin hablar...