Ellos, siempre ellos, son lo que son, aunque nunca los he visto realmente, sé que me quieren por algún motivo. Aquí, encerrada en una habitación sigo mirando el cristal con sus siluetas oscuras que me aterrorizan cada vez que hablan. Atada a la silla, llevo días así, las muñecas me duelen y para darme de comer o descargar mis necesidades me drogan para que no me acuerde de nada. Cuando vuelvo a despertar de sus drogas, siguen con las mismas preguntas de siempre:
-¿Por qué lo hiciste?
-¿Qué demonios te pasaba por la cabeza?
Y por increíble que parezca, no recordaba haber hecho nada, nada de lo que arrepentirme o que me pudiesen preguntar; y aún más increíble, ellos estaban seguros que había hecho algo. Un grito inundó la habitación, como cada día, sobre la misma hora, los muy hijos de puta me habían puesto un reloj en frente que pasaba increiblemente despacio. Me preguntaba quién sería el que gritaba, aunque podía distinguir que era la voz de un hombre.
Volvieron a preguntar, y volví a responder lo mismo, no sabía de que me hablaban ni a que se referían. Una descarga inundó mi cuerpo hasta llegar a mi cerebro y aturdirme lo suficiente como para desmayarme; aunque logré ver como alguien entraba corriendo mientras todo oscurecía y parecía quitarme los nudos que me ataban a la silla mientras la escuchaba sollozar...
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