Ni montaña ni leches, a casa!
"Cuando aprendan los niños de 30 años a ser personas, cielo."
Leonardo paseaba por la aldea intentando buscar un poco de aire fresco antes de que el calor sofocante se adueñara del día. La mayoría de adultos se habían levantado para ir a trabajar al campo y los niños aún dormían en espera de las ocho campanadas que les indicaba que era momento de ir a la escuela. Él también era un niño, o al menos eso creía la gente, porque cuando llegaba a casa tenía que hacer las veces de padre entre los suyos; evitar que se peleen, prepararles la comida, despertarles a tiempo para ir a trabajar, vigilar la casa por la noche, y un largo etcétera que se extendía entre las más varias tareas que no le correspondían a un chico de once años. Los demás niños solo se preocupaban de comer para estar fuertes y de estudiar lo suficiente para superar las pruebas de los maestros, además de hacerse tantos arañazos como la diversión les permitía.
Volvió a casa antes de que sonaran las campanadas para ir al colegio y se preparó un vaso de leche con un trozo de pan que había sobrado de la noche anterior. Preparó el lápiz y la hojas con los ejercicios del día y salió de casa con paso tranquilo. Se encontró con un par de amistades y charló tranquilamente con sus compañeros de cosas sin importancia en su opinión pero sumamente importantes para niños de su edad.
-¿Te has enterado?
-¿De qué?
-Dicen que está desapareciendo ganado... y niños...-Dijo su amigo algo inseguro.
-Será algún lobo que aprovecha la noche para darse un festín, y los niños dudo que salgan de casa a esas horas.-Respondió sin prestar demasiada atención.
-¡Qué sí! El pequeño Tom ha desaparecido y nadie sabe dónde está, mis padres me lo han contado antes de irse a trabajar.
-Éso son tonterías de adultos para que no te escapes por la noche para contemplar las estrellas.-Ciertamente, no era la primera vez que sus padres le contaban una historia de esas para asustarle y que se quedase en la cama toda la noche.
-¡No es éso! Estaba en su propia cama y a la mañana siguiente no estaba.-Empezaba a ponerle de los nervios la actitud de su compañero y su insistencia.
-Tal vez se perdió en el bosque...
-No es posible, sus padres tienen ese sistema nuevo instalado en las puertas, ¿Cómo se llamaba? Cerruchos creo...
-Cerrojos...
-¡Éso! Lo tienen en las habitaciones dónde duermen y en la puerta de la entrada, y te lo aseguro, no creo que él supiera como abrir aquello, es sumamente complicado.
-Le habrán enseñado sus padres.
-¿Por qué no lo crees?
-Porque no tiene ningún sentido.
-Lo sé, pero aún así Tom no está aquí, verás como no viene a clase.
Llegaron a clase y se sentaron en sus respectivos pupitres que estaban al lado, la señorita entró a clase con su aire galán y con un porte juvenil bastante atractivo que encandilaba a todos los niños... y a algunos padres. La clase empezó revisando todos los deberes del día anterior y pasando lista entre todos los presentes. Cuando le llegó el turno al pequeño Tom Ricards nadie contestó, la profesora preguntó si alguien sabía algo de él y varios compañeros junto a su amigo contaron la misma historia de que había desaparecido misteriosamente por la noche. La maestra hizo un gesto raro en la cara pero no le dio más importancia pensando que eran fantasías de críos. Dio la clase con normalidad y salieron a la misma hora que siempre de la escuela a jugar todo lo que el Sol les permitiera, Leonardo no tenía tiempo para entretenerse y se fue con paso firme y sin hacer caso a las propuestas de sus compañeros para quedarse a jugar.
De camino vio a la señorita detenerse en casa de Tom hablando con sus padres, estaría preguntándoles donde se había metido y si se encontraba bien. La verdad no era la clase de chico que se escapara de clases o que cayese a menudo enfermo, seguramente por eso estaría preocupada. Tuvo el impulso de acercarse y preguntar por su compañero, pero recordó que su familia y la de Tom no hacían muy buenas migas y era muy probable que le soltaran cualquier milonga para deshacerse de él rápidamente. Aún así esperó un poco para ver si su maestra terminaba de hablar y preguntarle por el chico y asegurarse de que todo lo que sus amigos creían no eran más que fantasías.
La abordó cuando terminó la conversación y le preguntó por su compañero, ella se echó a reír y le respondió:
-Creen que alguien entró en su casa y se lo llevó, que Tom no podía quitar los cerrojos de la puerta de la entrada sin ayuda de un adulto.
-Ha podido saltar por una ventana.
-O abrir la puerta directamente, los niños a vuestra edad sois muy inteligentes para lo que queréis. En fin, los señores Ricards siempre han sido unos paranoicos para estas cosas, por eso su casa parece una fortaleza.-Ella soltó un leve suspiro y continuó diciéndole.-Probablemente se haya perdido en el bosque, ya hay varias patrullas en su busca, lo encontrarán pronto.
-Cierto señorita, que tengo un buen día y nos vemos mañana.
-Hasta mañana Leonardo.
Leonardo la vio partir con paso alegre y despreocupado hacia su pequeña choza, la mujer no se podía permitir nada mejor, pero como bien decía ella ¿Para que quería más? vivía sola junto con sus libros y sus manuscritos que coleccionaba y leía con gran afán. A Leonardo le gustaba su compañía y más de una vez había mantenido charlas con ella, pues le trataba como el niño adulto que era y no como otro que solo se preocupaba de los juegos y de la comida. También le prestaba algún libro e incluso le ayudaba cuando no entendía algo que había explicado en clase.
Volvió a su casa y encendió el fuego para preparar un guiso de carne con ternera. Sus padres no tardarían en volver y seguramente estarían hambrientos y deseosos de algo que les aliviara un poco el cansancio. No eran mala gente, pero su comportamiento parecía el de unos niños que no entendían aún las normas de educación social y de comportamiento en público. Se hablaban a gritos, no respetaban una higiene en la mesa, comían con la boca abierta y se quedaban en la taberna hasta altas horas de la noche aunque a la mañana siguiente tuviese que ir a trabajar. Estaba acostumbrado desde pequeño, por eso no le extrañaba ni le preocupaba, se había enseñado a valerse por sí mismo y a cuidar de ellos. Su abuela, mientras vivía, le enseñó a cocinar y a mantener la casa en unas condiciones mínimas preparando a su nieto para cuando se quedase solo, y ahora le daba las gracias cada vez que iban los domingos a visitarla en el cementerio que estaba a las afueras del pueblo.
Cogió el gran recipiente donde estaba el guiso y lo puso sobre la vieja mesa de madera que chirrió un poco cuando lo dejó sobre ella. Llenó una jarra con el agua que habían sacado por la mañana en el pozo del pueblo y puso un vaso y un plato para cada uno, mientras escuchaba la ruidosa conversación que se hacía más clara a medida que se acercaban a casa. Entraron por la puerta discutiendo sobre quien había arrancado más mazorcas en el campo, un tema de lo más apasionado, tanto, que casi todos los días se repetía. Saludaron a su hijo dándole un beso en la mejilla y le preguntaron por el colegio, el respondió que bien, y les comentó si sabían algo del pequeño Tom, ellos contestaron que no les importaba la vida de los demás, que con acordarse de cuantas mazorcas habían recogido durante la semana tenían bastante para poder hacer cuentas a finales de semana y cobrar lo que les debía su patrón. Leonardo suspiró con resignación, realmente no sabía de que se extrañaba, sus padres eran así.
Recogió la mesa con su ayuda y limpió los vasos y platos con el agua que había sobrado de llenar la jarra, mandó recoger más agua a su padre y le dijo a su madre que cuando se acordase que comprara otra pastilla de jabón. Luego subió a su habitación y retomó el libro que le había prestado su maestra hacía un par de días, le quedaban pocas páginas para terminarlo y tenía intención de devolvérselo esa misma tarde. El libro se titulaba "Eternidad entre la gloria" de un autor anónimo, suponía que el autor no quería revelar su identidad por miedo a represalias, pues este hablaba sobre la vida de lujo que se llevaban algunos nobles mientras muchos aldeanos morían de hambre en la puerta de sus lujosas casas y castillos.
Cuando lo terminó ya era casi de noche, fue a la sala de estar donde estaban sus padres roncando respectivamente y vio el cubo de agua lleno junto con una pastilla de jabón nueva, sonrió, les dio un beso en la frente y salió hacia la casa de su maestra.
Era un pueblo bastante tranquilo, no había mucha gente y los pocos que eran no solían salir de casa entre semana a partir de las 9 de la noche, salvo los 4 borrachos que se quedaban en la taberna hasta que su cuerpo no pudiera sostenerse por si solo y volvían a sus hogares arrastrándose por las calles; sus padres eran habituales de esas escenas. Dobló hacia la derecha por la calle que tenía como huéspedes chozas bastante cutres, era un camino bastante empinado y sus piernas no estaban acostumbradas a frenarse para no caer dando vueltas por aquella cuesta ¿A quién demonios se le ocurrió construir en aquella pendiente? En fin, sin sentidos que no tenían explicación.
Cuando llegó al final de la calle allí estaba la pequeña casa donde ella vivía, sorprendido vio la puerta de la entrada abierta y la golpeó 3 veces a modo de timbre esperando una respuesta del interior, pero nadie contestó. Entró despacio y no dejaba de preguntar si había alguien, mientras observaba que todo estaba desordenado y echado por el suelo, llegó a lo que parecía su habitación y encontró las sábanas rotas
junto con la almohada desplumada en el suelo. No tuvo demasiado tiempo para pensar pues escuchó la puerta cerrarse detrás suyo y un escalofrío invadió su pequeño cuerpo, a pesar de ser un niño razonable, el miedo a lo desconocido no se había ido del todo y había vuelto en su fase más escalofriante. Sintió un olor pesado y desagradable, difícil de digerir y de relacionar con algún otro conocido, el ambiente se helaba por momentos y sus extremidades no respondían a sus deseos de correr y saltar por la ventana. Estaba completamente paralizado, y no podía si quiera girar la cabeza para ver que diablos había detrás suyo. Sintió una mano huesuda posarse en su hombro, y el olor se hizo más fuerte a causa de la proximidad de aquella cosa. Sus ojos se cerraron fuertemente esperando que lo que fuera que fuese acabara pronto, pero solo le escuchó murmurar:
-Mi cometido ha sido cuidar a los muertos en este cementerio, protegerles de cualquier sinvergüenza que se atreviera a profanar el sueño eterno de mis invitados, pero por culpa de gente como tú, por culpa de la nueva marea moderna de pensamiento científico, pierdo fuerza día a día.- Escuchó sus pasos dirigirse frente a él y aun cerró más fuertemente los ojos.-Los ladrones de cuerpos no tienen miedo de robarme los cuerpos y llevárselos a esos científicos que los abren en canal y les hacen verdaderas barbaridades. ¡Por vuestra culpa! La gente ya no descansa en paz y se revuelve en sus tumbas temerosos de que se les prive de la tranquilidad eterna, pues ya no pueden confiar en mí. ¡Por vuestra culpa! Juro que volveré a infundir el miedo y el respeto que me merezco, y esto, solo es el principio, pequeño, esto es solo el principio.
Abrió los ojos y contempló con horror que aquel ser no tenía rostro, era una túnica negra y oscura con unas manos huesudas sujetándole los hombros que ahora se desplazaban a su cintura y lo levantaban sin ningún esfuerzo. Su mente no pudo soportar más aquel terror y se desmayó rezando a su Dios olvidado que le protegiera de aquel mal.
Cuando volvió a despertar, todo a su alrededor estaba oscuro, había cuatro paredes que no le permitían moverse a penas, y notó que el aire era húmedo y pesado, aunque aquel terrible hedor de antes había desaparecido. Intentó gritar y golpear la pared superior intentando que alguien le escuchara, nadie le respondió, y un horror se sobrevino a su mente cuando escuchó el ruido de una pala escarbando echando tierra que golpeaba el techo de donde quiera que estuviera, aunque pocas opciones había ya realmente. Intentó gritar de nuevo con todas sus fuerzas diciendo que estaba vivo, que aquello era un error pero todo era en vano, se dio por vencido al pensar que seguramente era aquel ser sin rostro el que estaba enterrándolo vivo y todo el miedo se apoderó de él por la muerte tan espantosa que le aguardaba, morir por deshidratación, de hambre o de asfixia, cualquiera de ellas era en verdad horrorosa. Intentó dormirse con la esperanza de no volver a despertar y morir mientras dormía en una relativa paz...
En casa de Leonardo sus padres aguardaban la llegada de su hijo, no solían irse sin saber que se encontraba en casa, y el chico se estaba retrasando más de lo habitual, de pronto recordaron que seguramente había ido a ver a esa profesora suya que le prestaba tantos libros, así que salieron sin ningún temor de casa, seguramente se habría quedado a cenar con ella y volvería a antes que ellos a casa.
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