Una leve caricia del viento entra por la ventana. Aún sueña pero siente frío. En él imagina que se encuentra en una de esas montañas que tanto le gustaría explorar, encima de su pico, a ocho mil metros de altura. Se remueve en la cama, le cuesta respirar por culpa del realismo que su mente es capaz de recrear y el aire helado que entra a través de la ventana baja la temperatura de la habitación lentamente ayudando en la creación de su fantasía. Tiene un ligero temblor en el pie derecho y parece que no puede mantenerse de pie, lucha contra el dolor en vano, pues pronto la pierna le falla y cae por la enorme pendiente.
Un golpe seco le despierta, se ha caído de la cama y parece que su cabeza ha impactado de lleno contra el suelo. Se maldice mil veces por tener esos sueños y se agarra la parte donde se ha golpeado para comprobar que no tiene ninguna herida. Se asoma por la pequeña ventana abierta y comprueba que es aún de noche. Suspira, hace tres meses que no sale al exterior y su único contacto es esa abertura con barrotes que le impiden saltar por ella. Mira las sábanas aún manchadas de sangre, desde hacía días se repetían las hemorragias cada doce horas como si tuviesen un maldito reloj.
Sabía que tenía que descansar, pero no puede evitar inspirarse con aquellas estrellas y aquella luna enorme que podía ver. En mejores épocas le encantaba salir a darse paseos por las afueras de la ciudad huyendo de las luces artificiales y perderse por los caminos que sus padres le recordaban cuando era pequeño que eran peligrosos. La gran ironía, no tenía nada que temer del exterior, sino de su propio cuerpo. Aún recuerda el primer día que se levantó así, tranquilo en su cama, quiso ir al baño pero se sentía extremadamente cansado, cuando descubrió su cama enteramente mojada de un líquido rojo coagulante.
Coge una libreta con sus últimas ideas y las revisa. Sabe que no le queda mucho tiempo, pero quiere terminar su historia, aquella que empezó a escribir cuando solo tenía doce años y ahora, quince años después, retomaba corrigiendo todos los sin sentidos y las miles de faltas que cometía entonces. Una idea que jamás se le hubiese podido ocurrir ahora, con veintisiete años en las costillas y a punto de morir.
Agarra uno de los bolígrafos que hay con el símbolo del hospital y empieza de nuevo con aquella tarea que llegaba hasta el extremo de obsesionarle. Muchas veces los médicos habían intentado pedirle que guardara fuerzas por la noche y que por el día continuara escribiendo. Él solo contestaba que no podía, el día lo cegaba y lo dejaba falto de ideas, una extraña manía que arrastraba desde su adolescencia. Empiza a sentir como le tiembla el brazo izquierdo con el que sujeta la libreta. Sabe que pronto volverá a tener otro ataque y quiere darse prisa. Los médicos no se lo habían dicho, pero esas caras largas demostraban que no le quedaban muchos días para terminar su cometido.
Apunto de terminar sintió en la boca un sabor metálico. Se maldijo a sí mismo e intentó hacer caso omiso ante la inminencia del ataque. Normalmente pulsaba el botón para llamar a los enfermeros y médicos de guardia. Pero esta vez no lo hizo, quería terminarlo a toda costa. Su mejor obra, su triunfo personal, tan solo una página más.
Sentía como un hilillo de sangre le brotaba por la boca y apretó los labios para frenar su avance. La última palabra, su firma y una gota de sangre al lado de ella. Satifecho, dejó la libreta en la mesa al lado la cama y escribió mientras la sangre empezaba a derramarse por sus labios su última voluntad.
Dejó caer la nota al suelo antes de desplomarse, suplicando en sus últimos pensamientos que la encontraran. El último destello que percibe es el brillo fantasmal de su amada luna antes de sumirse en la oscuridad que acompaña a la muerte.
*
Unas horas después, cuando empezaba a amanecer, la enfermera recién levantada pasa revista a sus pacientes para asegurarse de que aún duermen y de que todo marcha bien. Todo en orden, hasta que llega a la habitación de aquel joven, donde la visión de su cuerpo rodeado de sangre le hace soltar un grito de horror. Intentó desesperadamente reanimarlo sin éxito mientras pedía ayuda. Frustrada dirigió su mirada al suelo mientras una lágrima resbala por sus ojos que observaban aquel charco rojo que olía a metal. Se percató de que un pequeño trozo de papel estaba en el suelo. Lo recogió sorprendida y pudo comprobar antes de empezar a leer que era su letra. Luego se cercionó de que así era, ya que dejaba instrucciones de entregar su libreta a su editor y mandarle que lo publicara. Debajo, una pequeña reflexión que quería poner al principio de aquel libro que dejó sin habla a la enfermera.
"Hasta el último momento, la estrella aún reluce, incluso en el momento en el que muere con su supernova desata una luz más grande de la que nunca ha sido capaz de hacer. Por ello, todo lo que se apagará aún brilla..."
"Si no respiro es por no ahogarme..."
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