Encerraba las horas en un tarro de cristal. De un cristal que no dejaba ver lo que contenía, pero que daba a entender la importancia de lo que guardaba. Las noches se volvían eternamente cortas. Las estrellas se apagaban una tras otra hasta dejar de nuevo paso a otro día. Es lo mismo de siempre, las mismas palabras pronunciadas de diferente forma. La añoranza, el extrañar, la paradoja de saberse vencido siempre pero aún así precipitarse al combate.
Los mismos recuerdos se graban en tu mente. Las letras que no te pueden dejar respirar tranquila, los gritos que te ponen de los nervios o la rabia concentrada en un puñetazo al suelo. La inmensidad de la marea, la certeza de que no hay escapatoria, es cruel su verdadera cara y la inevitable consecución que vendrá después de enfrentarte de frente con ella. No quieres hacerlo y te derrumbarás a la primera de cambios. Seguirás temblando, como has hecho siempre.
No hay frases más preciosas que las que pronuncia su boca. Ni proposiciones más odiosas que las que sus labios conjuran. Entiendo que esta es mi pesadilla, de nadie más. Y ella seguirá bailando, haciendo que mis pesares escapen por momentos y que el viejo recuerdo de lo que era siga vivo a pesar de todo lo que hemos vivido
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