La llave penetró en la cerradura y giró a la derecha, como de costumbre. Las pisadas silenciosas se dirigieron hasta el gran salón donde la oscuridad era eclipsada por la tenue luz que llegaba desde la luna a través del ventanal. Ella recorrió el contorno de cada una de las sillas que estaban dispuestas alrededor de la mesa central con la yema de los dedos. Los bordes recargados de cada una de ellas junto con la visión de los cuadros colgados en la pared le propiciaban un bienestar hogareño, cálido, reconfortante. La última había partido antes del anochecer, repitiendo lo mismo que todas las anteriores, pero con un tono bastante más agresivo.
Se paró en frente de uno de los cuadros y observó la escena que reflejaba forzando la vista. Un esqueleto yacía entre las manos de un caballero triunfante manchado de sangre. Sublime. ¿Quién sería capaz de sentir algo así y de plasmarlo de aquella forma? Por supuesto que ella no.
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