Como aquel llanto de un niño en plena noche sin motivo. Ícaro, te acercas demasiado al sol sin que temas quemarte, que no fundirte con él. Vuelves tu vista atrás para comprobar el estado de tus alas antes de la inminente caída, inevitable por tu terquedad, para comprobar asombrado que no existen. Tu vuelo no es más que el producto de una fantasía pueril y no tiene posibilidad alguna de éxito. Y aún así, prefieres quemarte.
Sueña pequeña
con su cuerpo de mujer
con la delicia de su hiel.
Sueña pequeña
con palabras de su querer
con recorrer toda su piel.
Observa sus caderas
y muestra sin reparo
que a pesar de estar entera
sigue viéndolo raro.
Con ojos desganados
persigue a su ninfa,
mientras se muerde el labio
consumida hasta ceniza.
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