Decían que el fin del mundo sería tan sólo un chasquido. Un instante irremediablemente perdido en la memoria de cada uno y en un momento diferente.
Las cuerdas que atan el mismo abismo de nuestras propias condenas y penas que nos autoimponemos se salen de su borde e inundan todo cuanto somos. Crees que el mundo está loco, que todo lo que sucede no tiene más sentido que el que tú existas, cosa que nunca has entendido. Las palabras efímeras de tu pensamiento se escurren como la espuma en el agua de un mar intranquilo pero constante, marcando el ritmo con unas olas tan inquebrantables como el espíritu que las domina. Los pies, tan sencillamente nerviosos, se retuercen sobre ellos mismos y se desdibujan como el rocío en una mañana extraña. Los tallos de cada palabra, los matices de cada sílaba te quiebran en dos y te vuelven en la dirección contraria a la que siempre has soñado.
Demasado cierto fue. Y aún me sigo preguntando para qué.
Cada palabra que guardé como un tesoro
todas las razones que mantuve en secreto
las meditaciones que razoné sin más peros
que la disonancia de las estrellas al brillar.
Sin diferencia, sin razón de nadie,
se respira siempre inquebrantable
manteniéndose de la forma más insospechable
un deseo que tan solo es mero aire.
Por qué preguntarse el porqué
cuando no hay nada más que añadir
cuando está todo más que dicho.
Para qué continuar sintiendo sin sentir
algo tan sencillamente honesto
que no deja ni siquiera dormir.
¿Para qué continuar escribiendo sin ganas
si ni tan sólo su endiablada mirada
presta atención a las miles de palabras
que escribo día, noche y madrugada?
Llega, todo llega, y el nudo aprieta,
rodea mi cuello, estira con fuerza.
-Y a pesar de todas mis malditas idas y venidas
de tus indiferencias tan jodidamente agresivas
trato de hacerte ver lo que realmente eres para mí.
-¿Para qué?
-Para nada.