Persigue desde su jaula
una estela sin sombra
de una extraña obra.
Una rima sin causa
o versos sin estrofas
que puedan reflejar su joya.
Se le atragantan palabras escuálidas
abarrotadas en su discernir agrio
infecto del mismo ácido
que compone sus lágrimas.
Hasta el amanecer sigue corriendo
detrás de aquello que nunca ven sus ojos,
un conejo de color rojo
tintado por su propio pensamiento.
A través del espejo, Alicia,
por medio de tantas horas
de tantas mentiras e historias
llegó al punto dónde dejó de tener sentido su vida.
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