"Estimado, estimada."
Son palabras que faltan
y que se usan a la ligera
en ocasiones
en contadas ocasiones
cuando a nadie parece preocuparle
si el mundo se estrella
o si tienes cáncer.
Respirar, por no llorar,
sigues en la línea del terror infundado
de palabras no dichas grabadas
a fuego en las entrañas
que parieron el insulto:
quererte, la afrenta más grande
que aún sigo pagando.
Necesito,
necesito...
No sé qué necesito,
escribir, como hacía antes
cuando estabas tú.
Pero me ahoga
escribir me ahoga ahora
porque no estás tú.
"Recuerda ese tiempo en el que estaba como..."
como nada, nada;
la nada se impone
y tú te impones sobre la nada
como un abismo sin fondo
que atrapa cuando lo miras
cegada por las horas que no duermes.
Destruyo, me sincero, y no recuerdo
el momento clave del suspiro
que me llevó hasta las últimas consecuencias:
este sentimiento podrido, mácula en mis manos,
en mi piel, en el centro del pecho,
ahogándome, siempre, siempre,...
Fatalista no, realista,
me lo decías siempre:
"escribe más alegre"
¿No lo entiendes, verdad?
no podrías entenderlo
ni aunque realmente me leyeras como quisiera.
No puedes entenderme, no puedes hacerlo,
no tienes motivos, ni siquiera razones para hacerlo,
no tienes el deber de hacerlo,
no debes, incluso, hacerlo,
y sin embargo,...
Sin embargo, sigo esperando:
que te saltes las normas
los códigos, la moral, el respeto,
que me grites, que me odies,
que me castigues, que me tortures,
que me devores, que me mates;
espero con ansias tu ira volcada en mí,
lo espero todo, salvo lo que haces,
lo espero todo, salvo que me ignores.
Salvo que me ignores.