Lenta,
cada
caricia
susurra:
"no
encuentro
el camino".
Buscando
la nada
y perdiendo
casi
la mirada
en un vacío de
reflejo
(ensartados
hasta las entrañas).
Hacia el espejo
que devuelve
con cada acometida
la involuntaria
cara
de aquello
que (nos) precede.
Reclamando
a cada
gemido,
de nuevo,
el castigo y suplicio
de una
formalidad
hecha éxtasis.
Vaciando el contenido,
desfigurándonos el rostro:
el clamor
se hace patente
ante la banalidad
del último impulso.
La piel se queda a tiras
y el resto
es otra historia.
Se busca
la mejor excusa
para volver
a la realidad:
acabará por matarme.