El péndulo
llegó a marcar
la hora
exacta
(una vez,
solo
una).
Al límite
del último
suspiro
que le dio cuerda al
puto
mecanismo.
Frente
a esa inmensidad
que se deja
de percibir
tan solo
cerrando los ojos:
nadie debía
volver a verlo.
Escapando de la posibilidad
siquiera
de saberlo:
volvemos atrás el tiempo,
lo ponemos justo en el borde
del inicio
de todos los
puntos.
No se detiene,
el péndulo
no para por nadie
(vuelva a
la casilla
de salida).
La tragicomedia
de un momento
absurdo:
sigue mirando atrás.
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