Hay una ráfaga
que se esconde
cuando el cristal
rompe
las cuerdas
de la vocal
que nunca
pronuncias.
Como si
ese latido que se va
hasta lo más
hondo
de nuestro cerebro
se posase
en el punto
exacto
de una ecuación
siempre
por completar.
Y el delirio
se hace más y más
falso; nos cuesta aparentar.
Créeme
no es por mi,
tu,
su,
nuestra
vuestra,
¿su?
culpa.
Es porque
jamás
vamos a volver
a decir
la verdad.
Nos lo hemos quitado,
sin querer nos lo hemos...
qué coño.
PD: Feliz (no) cumpleaños.
(Por un par de minutos).
(Por un par de minutos).
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