martes, 13 de mayo de 2014

Vals.

    No se acordaba de cómo había llegado hasta allí. La habitación le daba vueltas y estaba a punto de marcharse cuando un señor la invitó a que se presentara y diera sus datos: nombre, apellidos, DNI y fecha de nacimiento.

-¿No quiere saber de dónde vengo?
-Eso no nos importa.

      Cuando terminó, le señaló una puerta por la que debía entrar; le dijo que allí tendría una selección de vestidos bastante elegantes para ponerse: la exquisitez de los clientes primaba. Ella no se demoró, entró a la habitación y seleccionó casi por inercia un vestido rojo oscuro, sencillo y atado al cuello. Después de ponérselo, salió de nuevo al recibidor.
     La esperaba un joven que la acompañó hasta una sala, mucho más amplia, en la que ya había más chicas ( y algún jovencito) siendo etiquetados en la nuca. Le aseguraron que era totalmente indoloro y que al final de la velada podría quitárselo si así deseaba, a lo que ella accedió con amarga indiferencia, como el resto, levantándose el pelo y dejando que le pusieran aquella pegatina que contenía sus datos.
      Cuando terminaron, un encargado se dedicó a colocarlas en línea recta una al lado de la otra, enderezándolas mientras y colocándoles adecuadamente los vestidos "ni demasiado recatados ni demasiado excesivos, todo en su justa medida". De pronto, se abrió una puerta doble y empezaron a entrar hombres de todas las edades. Algunos se lanzaron directos hacia alguna, tal vez porque ya se conocían o tal vez porque les había impactado nada más entrar.
    Ante ella desfilaron varios huéspedes ( como los llamaba el encargado) que no acababan de decidirse "muy poco... demasiado... poca...". Estaba casi segura de que ni siquiera servía para eso cuando uno entre todos se quedó mirándola y le pidió que se diera la vuelta a la vez que se levantara el pelo.

-Tú.- La chica dio un paso al frente y le tomó el brazo que este le ofrecía. Acto seguido, la condujo hasta una gran sala en la que parecía desarrollarse un gran baile.
-No entiendo nada.
-No es necesario.

     Él la tomó de la cintura y empezó. Creía no ser muy hábil para aquella actividad, pero su cuerpo la sorprendió acatando su rol y dejándose llevar por aquel hombre. Los pies prácticamente cobraron vida propia mientras sus tacones empezaron a sonar al unísono junto con el resto de la sala que bailaba sin cesar.
     Cuando terminó aquella pieza, su acompañante le hizo una reverencia y la dejó en manos de otro, que la saludó de la misma manera. Ella le tomó la mano y se agarró a su hombro, como se había enseñado con su anterior cliente, y empezó de nuevo a bailar. El nuevo pareció más interesado por su vida: le preguntó si llevaba tiempo trabajando en eso, si tenía familia, hijos,... Ella respondió a todo con negativas y evasivas: no deseaba que nadie la conociera.
     De nuevo, al término de la canción, el hombre actuó del mismo modo que el anterior mientras alguien más la volvía tomar, sin reverencias ni nada, para el nuevo baile que se desarrollaba. Este la trataba con más rudeza, con menos tacto; no parecía darse cuenta de que era una novata y, si lo hacía, poco le importaba. La chica no se quejó en ningún momento, solo se dejó llevar.
     Antes incluso de que terminara la canción otro de los huéspedes se la arrebató con gran maestría al anterior, como si estuviese incluso ensayado y ella ni se hubiera percatado. Este le sonreía con énfasis mientras la sometía a un ritmo atronador, difícil de llevar, pero a la vez demasiado sublime como para que se le pasase por la cabeza protestar.

"¿Qué estás haciendo?"

     Todo se hizo negro al recordar esas palabras. El baile seguía y el hombre seguía sonriendo, pero había vuelto. Trató de contenerse, aunque fue imposible: una lágrima ya le estaba resbalando por la mejilla. El baile se paró en seco, su acompañante le preguntó si estaba bien mientras el resto de parejas se mantenían expectantes de la situación. Sus labios, sus manos, sus ojos, su piel, todo aquello que no tuvo le golpeaba la garganta con insistencia, implorando salir de su interior allí mismo.
    Uno de los encargados le tocó el hombro y le dijo que, si no se encontraba capacitada, podía abandonar la sala: no se lo tendrían en cuenta.

-A más chicas les ha pasado lo que tú.
-No.

     Cogió al hombre y le obligó a seguir. La música se reanudó, las parejas volvieron a bailar, y ella misma se encargó de dirigir y cambiar a sus acompañantes. Los pies le dolían, las caderas le suplicaban clemencia, pero ella no quería detenerse por nada del mundo, no podía permitirlo, no quería rendirse
     La noche continuó sin que ella pudiese dejar de llorar, maldiciéndose y maldiciéndola, recordando y olvidando, buscando hundirse hasta tal extremo que no pudiese recordar nada. Hasta tal punto, que su nombre no significase nada más que "uno más entre tantos".


      Aplausos, todo ha terminado.

    


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