domingo, 4 de noviembre de 2012

Lágrimas de azufre

       Salió de casa sin despedirse de nadie. Se fue al garaje y sacó su motocicleta. Después de ponerse el casco aceleró y salió disparada dirección a la carretera.
     Esa mañana se había levantado de manera extraña. Sus ojos lloraban sin motivos mientras trataba de evadirse de su mente. Imágenes, frases, sus labios, sus malditas piernas. Eran la tortura de todos los días, pero ése no podía, sin saber porque, quedarse de brazos cruzados.
     El terrible viento y la velocidad que había cogido no le permitían respirar bien. O tal vez eran los sollozos ahogados en su garganta lo que dificultaba la entrada de oxígeno. Sus pensamientos se desvanecían entre las curvas de la autopista y la melena de aquella a quién estaba dispuesta a ver costara lo que costara. Sus manos se aferraron más al manillar y aceleró de manera más contundente.
     Cogió el desvío hasta su ciudad sin bajar la velocidad. Sus ojos le pedían clemencia pero su rabia no se lo podía permitir. Ignoraba a los coches que pitaban por su conducción temeraria con una única destinación en su mente. Y no tardó en llegar allí.
     Frenó derrapando en seco y dejó el casco encima del asiento. Su voz se quebró en dos al gritar delante de su casa:

-¡¡¡Greta!!!

    Su rostro era el vivo reflejo de la demencia. Las lágrimas que le caían por las mejillas parecían hechas de azufre, ya que abrasaban su piel por dónde pasasen. La gente que pasaba por la calle la miraba con caras asustadas. Sus ojos no se fijaban en nada más que en las ventanas de su apartamento. De pronto ella salió al balcón sonriendo.

-¿Qué haces aquí?
-No me hagas subir ahí arriba.
-Pobre ¿En verdad te crees Romeo?
-No me tientes Greta.
-No me jodas Nikkita, no eres ni la sombra de ese encantador trovador.
-No soy ni su sombra porque no soy él.
-Ya claro.- Dijo sin parar de reír.- Preciosa Ícaro, ¿Por qué sigues queriendo tocar el sol?
-Porque en mi vida he estado tan segura de algo como de ésto.

      Se hizo el silencio entre las dos. La calle se había quedado vacía y solo se escuchaba el leve respirar de ambas.

-¿Y qué si tú estás segura?
-Tu corazón no es de piedra mi vida.
-No tientes a la suerte. ¿Acaso crees que conseguirás algo presentándote aquí de improvisto y sin más excusa que el reclamar algo que no te pertence?
-No se trata de que me pertenezca. Se trata de que estoy hasta los cojones de aguantar.
-Y ahora pierdes las formas. Muy común en ti.
-No me tientes, te repito. Puedo hacerte caer de tu trono tal y como te he ayudado a sentarte en él.
-Oh sí, estoy segura. Pero no eres capaz. Ni lo serás.

      
     

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