Ella era príncipe y princesa.
Ella era princesa y príncipe.
-Soy princesa.
-Y yo príncipe.
-Reina preciosa.
-No muerda mi índice
-¿Y quién lo dice?
-Aquella que queréis.
-La que imite.
-El susurro que desconocéis.
-Las palabras agrias
-Que tengan sabor a miel.
-Las respuestas tardias.
-Que influyan en tu hiel.
-En mi bilis y en mi placer.
-En la sonrisa que me deis.
-En el resplandor que desconocéis.
-Y en el seno de tu querer.
-Que no quiere quien más desea
-Sino quién menos duda en hacer.
No dijeron nada quedándose frente a frente. La princesa pensaba, delicada, confusa, fuerte, intrigante, clara, entera; qué era lo que les aguardaba. Rodeó a su príncipe, y detrás recorrió su cuerpo, esbelto, elegante, informal, descarado, uniforme, casual, infame. Sonrío, mordió el cuello de aquella y suspiró.
No era príncipe ni princesa.
No era princesa ni príncipe
-Soy quien soy.
-Eres lo que amo.
No eran lo que eran.
Eran lo que sentían.
-Soy tuya por días.
-Aunque te quiera.
-Aunque te ame como ninguna.
-Aún sabiendo dulce la amargura.
-Lo agridulce del tiempo.
-Y el contraste del miedo.
-Irracionales sin remedio
-Que dejan paso, sin creerlo...
Se abrazaron, se miraron, sonrieron y se desvanecieron al unísono:
Al inmenso valle de los sueños.
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