Los edificios ardían a su alrededor y la gente salía corriendo por todas partes. Veía a conocidos, amigos y parientes intentar escapar de las llamas sin éxito. Avanzaba para no escuchar sus gritos de pavor cubriéndose las orejas, hasta que llegó delante de su antigua casa. Allí veía a Tomas, sentado en el jardín leyendo mientras su casa ardía detrás de él. Éste levantó la vista, sonrió y empezó a llamarla mientras le tendía la mano. Alice... Alice... Alice...
-¡Alice!
-¡Sí! -Se alzó de golpe de la cama con el corazón en la garganta. -¿Tomas? Dios, era solo un sueño.
-¿Tomas? ¿Quién es?
-Era... Es mi marido.- Intentó levantarse de la cama pero se mareó y se volvió a sentar.
-Tal vez esté registrado en el campo de refugiados. -Le tendió la mano y la ayudó a levantarse.- Luego podrás comprobarlo. Ahora tienes que ir a hablar con el encargado del refugio.
-¿Con el encargado del refugio? ¿Hay más como éste?
-Por suerte, sí. Él te explicará que ha ocurrido durante este tiempo.
La acompañó a través del campamento hasta llegar al edificio más alto del lugar. Entraron y Helena mostró la identificación que llevaba grapada al uniforme. Recorrieron un par de pasillos no demasiado anchos y llenos de puertas. Luego un ascensor y subieron. Cuando llegaron a la planta correspondiente, las puertas les dieron paso a un despacho enorme lleno de ordenadores y libros. En uno de los escritorios se encontraba un hombre hablando por teléfono.
-Sí... Comprendo lo que quiere decir señor... Intentaremos tener la defensa organizada antes de un nuevo ataque.-Con una mano les hizo un gesto para que entrasen y se sentasen.- Ajá, prometo que estará todo listo, no le fallaré.
-¿Con quien habla?- Preguntó Alice extrañada
-Supongo que con el coordinador de la zona. El último ataque ha mermado mucho los efectivos de la zona norte y ahora estarán pidiendo refuerzos.
-No se preocupe, adiós. -Colgó el teléfono y se dirigió a Alice.- Sea bienvenida señora, permítame que me presente. Mi nombre es Dante.
-Alice.
-La conozco, se me informó de su llegada. Siento no haberla llamado antes, pero han surgido más de un par de contratiempos y no he tenido tiempo. Supongo que tendrá muchas preguntas.
-¿Usted puede decirme si Tomas se encuentra aquí?
-¿Tomas?
-Su marido, no lo ha visto desde el secuestro y tal vez se encuentre aquí o en alguna de las bases de la zona.- Aclaró Helena.
-¡Oh! Si me disculpa un momento.
Dante empezó a teclear en el ordenador como un loco. Sus ojos no dejaban de moverse por la pantalla buscando. Sus manos eran imparables y asustaban a Alice.
-Sí... Entró en este mismo campamento y se alistó en las patrullas de reconocimiento. Pero no ha vuelto de su última expedición.
-¿Cómo que no ha vuelto? No puede ser verdad. ¡Debe de haber un error! -Exclamó Alice levantándose de la silla.
-Cálmese señora. Por mucho que se enfurezca no va a cambiar lo que haya podido suceder. Algunas veces vuelven rezagados, pero son las que menos. Debe de tranquilizarse, sobre todo por la salud de su bebé.
Alice se dejó caer en la silla mientras empezaba a llorar. Su Tomas, su marido y su compañero. ¿Cuánto tiempo hacía que se conocían? Desde que eran pequeños. ¿Y desde cuánto salían? De novios siete años, como marido y mujer desde hacía dos. Tomas...
-Ahora hay que asegurarse de que su salud no corre peligro. Suerte que la hayan tenido encerrada en aquella delegación en el centro de la ciudad. Supongo que fue de allí de donde propagaron el virus, por eso no ofrecieron mucha resistencia ante nuestro equipo.
-¿Virus?
-Sí. El lugar en el que estaba encerrada era uno de los laboratorios de Shinra, supongo que conoce la compañía.
-Creo que sí. Estaban especializados en...
-Anticonceptivos. Todo el mundo creía que eran los salvadores de nuestros jóvenes, ya que sus nuevos fármacos les protegían casi contra cualquier enfermedad y contra la posibilidad de embarazo. Pero lo único que estaban haciendo era probar su "solución" contra este mundo.
-¿A qué se refiere?
-Hace tres días y medio fue soltado un virus que esterilizaba a toda mujer u hombre con el que tomaba contacto. Se propagaba por el aire de una forma asombrosa y en menos de veinticuatro horas todas las ciudades del planeta estaban infectadas.
-¿Y yo? ¿Por qué a mí no me afecta?
-Porque el virus no afecta a las mujeres ya embarazadas. Por eso, los laboratorios habían llevado a cabo una serie de secuestros a nivel mundial en el que se habían llevado a todas las mujeres embarazadas o las habían matado.
-Parece sacado del argumento de una mala película de acción.
-Pero así es. Helena, por ejemplo, es una de las mujeres afectadas por el virus.
Helena se recostó contra la silla y dirigió su mirada a otro lado. Alice la miraba con compasión y de nuevo otra lágrima le resbaló de sus ojos.
-¿Y todo esto, para qué? Quiero decir. ¿Por qué han hecho esto?
-Superpoblación en el planeta. Demasiada gente con quien repartir el dinero o los recursos. Demasiada gente para ser controlada de forma eficaz. Demasiadas guerras y demasiadas protestas.- Dante le echó un ojo a su reloj y luego volvió su mirada a Alice.- Éramos demasiados para sus intereses.
-Esto es de locos. Me secuestran mientras estoy haciendo la compra, me tienen encerrada durante cuatro días, luego un grupo de soldados me rescata de uno de los laboratorios de Shinra y ahora me dice usted, que soy una de las personas que puede salvar de la extinción al grueso de la población. ¿Cierto?
-Más o menos. Está claro que ellos no quieren una extinción completa de la especie. Pero su proyecto es demencial y cruel y eso no lo podemos permitir. Usted, si lo permite, podría proporcionarnos un antídoto.
-¿Cómo?
-Ha estado expuesta al virus de la misma forma que todos los demás. Su cuerpo, por alguna extraña razón, ha permanecido inmune a él. Por tanto, hay que encontrar la manera de traspasar esa inmunidad a el resto de gente.-El coordinador observó la cara de Alice entre la tristeza y el terror. Posó una mano sobre otra de ella y se la apretó de forma cariñosa.-Usted representa la esperanza del mundo tal y como lo conocemos. La esperanza del pensamiento libre, de los sueños y de los deseos. Aunque, claro está, nadie la va a obligar a nada, solo si usted quiere.
-Yo... Es todo tan complicado.-Se soltó de la mano de Dante y se levantó de la silla. Empezó a pasear por la sala, indecisa y confusa.-Mi bebé... ¿Sufrirá algún daño?
-Puedo prometerle que no. Su bebé no se verá afectado en los procesos experimentales, y supongo que usted tampoco notará las molestias.
-Está bien ¿Qué tengo que hacer?
-Por el momento descansar y reponer fuerzas. Confiaré su seguridad a Helena, si a ella no le importa.
-No señor.- Respondió Helena.
-Hecho está. Sería recomendable que la llevaras a desayunar y luego al médico. Debe de estar muerta de hambre, ¿No es así, Alice?
-Cierto
-Pues entonces no os demoreis más. Hablaremos en otro momento. Y otra cosa Alice. -Dante se levantó de la silla y le extendió su mano.-Muchas Gracias.
Alice se la estrechó forzando una leve sonrisa. Luego entraron al ascensor pero Helena le dijo que esperase un momento.Volvió a entrar al despacho y dejó a Alice allí esperando. Prestó atención y pudo captar lo que estaban hablando.
-Señor, debería haberle dicho que esta base no durara demasiado. Las labores de investigación deberían de llevarse a cabo de inmediato. No tardarán en enviar otra oleada de sus efectivos y estaremos acabados, como los de la zona sud este.
-¿Por qué es tan pesimista? Tal vez dirijan sus esfuerzos a otra base antes que a ésta. ¿Te imaginas, Helena, ser los que descubran la cura? Todo el mundo nos aclamaría.
-Eso ahora da igual señor. Lo que hay que hacer es defender la base a toda costa y tener preparada una vía de escape para la chica por si consiguieran entrar. Hay que avisar al resto de bases y preparar...
-¡La base es inexpugnable! ¿Me ha oído Helena? ¡Aquí no entrará nadie!
Helena salió del despacho dando un portazo y volvió al ascensor con Alice. Apretó el botón de bajada sin pronunciar palabra y permaneció con el rostro indiferente a la presencia de la embarazada. Pasaron de nuevo por aquellos pasillos y salieron hacía el edificio que hacía las funciones de comedor.
Una vez comiendo, Alice no soportó más aquella tensión y le preguntó.
-¿Qué es lo que pasa Helena?
-Nada que deba preocuparte, sigue comiendo Alice.
Observó al resto de gente que estaba comiendo igual que ella. Sus caras estaban apagadas, comían por pura desidia y no por necesidad. Muchos de ellos hubiesen preferido estar muertos. Cuando terminó, Helena la llevó a la clínica.
Entre tubos y vendas, la doctora que la había atendido antes le extraía sangre mientras le hablaba de temas sin importancia, cómo la última película que habían estrenado antes del conflicto o el nuevo disco que había sacado su grupo favorito. Cuando terminó, le pidió que se tumbase en la camilla y le levantó la camisa. Le aplicó el líquido para las ecografías y pasó el aparato por encima de ella.
-¿Lo ves? ¡Es tu bebé!
Era la primera vez que veía a alguien alegre en aquel lugar. La doctora parecía diferente a los demás. La había visto en el comedor charlando con la gente y alegrando la cara a más de uno. Era como si no le hubiese afectado todo aquello de la misma forma. No, definitivamente no era como los demás.
Terminó de revisarla y le recomendó que descansara en su habitación. Cuando estaba marchándose la vio examinar a un niño que le preguntaba si iban a morir. Ella contestó que morir o no, hay que vivir hoy sin miedo ni preocupación. El mañana ya se verá.
Helena la acompañó hasta su habitación y le dijo que si necesitaba cualquier cosa no dudase en llamarla. Cuando estaba a punto de marcharse, Alice la retuvo del brazo y le dijo.
-No me dejes sola por favor. Quédate aquí conmigo, no sé seré capaz de soportar los recuerdos otra vez.
Helena se soltó de sus manos de forma delicada y asintió con la cabeza. Cerró la puerta y se sentó en uno de lo sillones mientras Alice se recostó en la cama y la miró. ¿Cual sería su historia? ¿Qué motivos la empujarían a seguir luchando?
-Oye Helena, antes de que empezara todo ésto ¿A qué te dedicabas?
-Daba clases de historia en un instituto. La alarma se dio en horas lectivas y ya sabes como son los adolescentes. Empezaron a corretear por los pasillos y a salir pitando de clase.-Suspiró largamente y prosiguió.- Solo un chico se quedó en su silla, quieto, pálido. Le dije que no pasaba nada, que todo saldría bien y que fuéramos a fuera. Pero él, antes de tirarse por la ventana, contestó que todo se había terminado y que ya no tenía sentido.
-Lo siento
-No lo hagas, no fue el único. Como bien te he dicho antes mucha gente se suicidó al conocer la noticia.
-Y una cosa ¿Por qué explicaron lo que ocurría? ¿Por qué dijeron que habían soltado un virus que provocaba la estelirización de todos?
-Supongo que para que cundiera el pánico y la gente no le diese tiempo a reaccionar. Luego vinieron los bombardeos y los tiroteos. Por suerte, esta base estaba bajo el mando de uno de los generales en desacuerdo con la actividad del gobierno, y antes de pegarse un tiro, le cedió el mando a uno de los soldados rasos.
-¿Dante?- Exclamó Alice sorprendida.
-El mismo.
-No puedo creerlo. Es todo tan absurdo. Tan difícil de creer.
-No te preocupes. Pronto obtendremos la cura y la gente recuperará su impetú y sus ganas de luchar.
-¿Y por qué no empiezan a luchar ahora?
-Porque, estamos condenados de todas formas. Aunque ganásemos la guerra, sin una cura, nada tendrá sentido. Pues todos somos estériles, excepto tú. Por eso, muchos solo se dedican a comer y beber esperando porque lleguen y acaben con todos nosotros de una vez por todas. Es horrible.
-¿Y tú, por qué luchas?
-Porque mientras haya vida, hay esperanza. Es más fácil quedarse de brazos cruzados, pero, de esa forma pierdes el tiempo. No consigues nada.
Alice la miró admirada. Tenía toda la razón del mundo, de brazos cruzados no se conseguía nada. Ahora no le quedaban dudas, haría lo que estuviese en su mano para ayudar a la causa.
-Deberías dormir. Mañana seguramente empezarán con la investigación y tendrás que soportar pinchazos y electrodos cada dos por tres.
-Sí, supongo. Tú también deberías descansar, se te ve agotada.
-Lo intentaré. Los nervios no me dejan dormir bien.
Ambas callaron y el silencio se apoderó del sonido. Alice cerró los ojos e intentó no pensar. La respiración de Helena la tranquilizaba, al menos, sabía que no estaba sola.