viernes, 19 de agosto de 2011

Galán

     Mi nombre es Maximiliano Derek, pero podéis llamarme solo Derek. La historia que voy a contaros me sucedió hace ya muchos años, cuando aun el paso del tiempo no había cambiado mis objetivos de cazar al mayor número de mujeres. En aquella época estudiaba filosofía en la universidad de Nueva Orleans, viviendo en uno de esos modernos apartamentos gracias al dinero que mi padre me mandaba desde nuestra hacienda a las afueras de la ciudad. No se me daba mal estudiar, ni tampoco la interacción social con el resto de los estudiantes. Algunas noches cuando no teníamos nada que hacer, nos encerrábamos en uno de esos lujosos edificios de bailes a beber y conseguir llevarnos a alguna chica al catre con un poco de suerte. Y es aquí, en una de esas noches, donde empieza mi historia.
     Sentados en la misma mesa de siempre, bebíamos sin mucho afán vino y cerveza a partes iguales, no encontrábamos a ninguna víctima que nos apeteciera, ese día parecía que todas las mujeres bellas se habían quedado en casa tejiendo o complaciendo a sus maridos. "Bah!", pensé, "Aburridas". De pronto, entre la multitud de gente que bailaba de forma grotesca a causa del alcohol, pude ver la figura de una mujer de unas curvas serpeantes y escandalosas, con un vestido rojo brillante bastante extravagante para la época pero extremadamente seductor. Me excusé de mis compañeros con unas palabras bastante creíbles y me dirigí a comprobar si realmente mis ojos no me habían engañado al advertir su presencia. No quería competencia, aunque la mayoría de las veces ganaba a mis compañeros en nuestra competición por llevarnos a la chica más bella, gracias a mi indudable atractivo físico.
     Con paso reverente me hice hueco entre la gente intentando localizar a mi nueva presa, internándome en aquel grupo de personas que ahora bailaban aun más salvajemente. El calor era sofocante, y cuando creía que no la encontraría, me rozó con su mano el hombro y me dijo al oído:

-Aquí hace demasiado calor, y hay demasiada gente, fuera será mejor.-Sorprendido la seguí cuando pasó por delante mía para salir.

    Fuera era un lugar bastante tranquilo, había unas cuantas parejas tomando una copa y algunos jugadores de cartas muy bien vestidos. Nos sentamos en una de las mesas vacías, ella llevaba eso que llamaban cóctel en la mano y daba pequeños sorbos a la copa de cristal que contenía la misma cantidad de líquido que mi dedo meñique, yo bebía sin moderación aquel vino barato que lo único que daba era sed y calor. Ambos estábamos incómodos sin pronunciar una palabra. No parecía llevarnos a ningún lugar aquella situación, por lo tanto, con el valor que me conferían las copas que había tomado de más, me dispuse a romper aquel silencio:

-¿Y bueno, cuál es vuestro nombre?
-¿Es necesario?.-Aquella respuesta me dejó helado, pero no perdí mi compostura de galán.
-Tal vez no, pero podríais al menos darme uno con el que dirigirme a vos.
-Podéis llamarme Natalia
-Perfecto, mi nombre es Derek.
-Sé quien sois.-Dijo esto mientras se llevaba la pequeña copa a los labios y daba otro pequeño sorbo dejando caer una gota por su cuello.-Tu fama de galán va más allá de esta ciudad ¿Sabes?.

    La miré extrañado, había dejado de lado la formalidad y empezó a tutearme con unas palabras que tomé como acusación, pero no me dio tiempo a defenderme, pues me quedé encantado mirando el precioso escote que dejaba ver más de la mitad de sus senos.

-Tranquilo, no pretendo acusarte ni reprocharte nada, simplemente quiero pasar un buen rato, y creo que tú eres el más indicado para ello.

Aun me dejó más desconcertado que antes y realmente contemplé la posibilidad de invitarla a lo que estuviese tomando y marcharme a casa. Pero mi orgullo de cazador me lo impedía y seguí aquella conversación lo más inteligente que supe. Luego comprobé que debería haberme ido a casa.

-¿Y qué tomarías tú por pasar un buen rato, Natalia?
-Algo que te propones todas las noches que sales y consigues la mayoría.-Ella se acercó y me fijé por primera vez en sus ojos, eran de un castaño rojizo que daba la sensación de que estaban ardiendo.
-No siempre tengo la virtud de conocer a alguien como tú, incluso diría que es la primera vez que encuentro a alguien tan intrigante.
-No intentes alabarme, joven don Juan, tengo bastante más experiencia que tú en este juego, pero hoy me apetecía un plato fácil...
-¿Me consideras fácil?.-Estaba realmente confundido, ¿A qué se refería con aquello de que tenía más experiencia que yo? ¿Una mujer dándoselas de galán? Parecía un disparate sacado de la fantasía de un pervertido.
-Buscas lo mismo que yo, una noche de diversión entre alcohol y juegos de adultos.
-Cierto, pues si realmente no esperas nada más de mí, ¿A dónde quisieras ir?
-Tú conoces este lugar mejor que yo, seguro que conoces alguna pensión bonita y discreta...
-Conozco algo mejor, mi propia casa, un templo para la actividad que más me gusta.
-No lo dudo...

    Pagamos nuestras copas y extrañado vi que su cóctel estaba aun casi entero. Luego salimos del local y con paso acelerado la conduje hasta mi casa. La verdad, estaba bastante desordenada con todos mis apuntes tirados por la mesa, los platos sucios en el fregadero y mi habitación llena de ropa por el suelo. Me avergonzó un poco aquella escena y no pude evitar pensar que había sido un idiota al no llevarla a otra parte. Aunque aparté la vergüenza pronto, pues me acordé de mis juguetes guardados debajo de mi cama y sonreí maliciosamente, estaba seguro de que no se negaría a jugar con ellos.
    Parecía aburrida e impaciente, una mezcla que formaba en su cara una expresión bastante extraña. Poco me importó cuando se abalanzó sobre mí besándome de una manera salvaje y quitándome la ropa de una manera animal. Intenté ponerme a su ritmo, pero era bastante difícil de seguir, sus ojos ahora me parecían más rojos que antes y parecían encerrar una pasión aun mayor que la que demostraba ahora, por ello, intenté quitarle el vestido a lo que ella respondió quitándome la mano con una fuerza inquietante y estrellándola contra la pared. Su sonrisa parecía sádica y hambrienta, cosa que me excitaba sobre manera, ya que parecía hipnotizarme a seguirla con cada movimiento y caricia. Casi desnudo, me lanzó sobre la cama y de nuevo me besó con un frenesí renovado, bajando lentamente con sus labios por mi cuello hasta llegar a la cintura, donde solo quedaban unos pantalones viejos y cortos a modo de calzones que en opinión de muchas chicas, eran extremadamente sexys. Me los bajó con una sonrisa picaresca y besó mis muslos en una especie de reverencia a mi enorme erección. De pronto volvió a subir recorriendo el camino que había realizado antes hasta detenerse en mi cuello, donde empezó a besarme y a morderme de una manera suave y placentera.
     Me sentía en el completo cielo, casi a punto de llegar al clímax, cuando ella cesó por un momento en su actividad en mi cuello y me mostró con extremada malicia una sonrisa sacada de la peor de mis pesadillas. Sus dientes estaban completamente rojos y su piel había cobrado un color más humano que antes, sus ojos me paralizaron de una manera sobrenatural como si hubiesen puesto una mordaza a mis terribles ganas de gritar. Con sus uñas acariciando la incesante sangre que brotaba de la herida que me había hecho, acercó su boca a mi oído y su voz, antes angelical y dulce, parecía ahora la del mismísimo demonio:

-Te dije que en esto tengo más experiencia que tú, mi joven don Juan.

     En aquel momento sin motivos recordé cuando estábamos sentados en la terraza de aquella maldita sala de bailes, y comprendí porque no había dado ni un sorbo de su copa, aquel color en sus ojos y la extrema palidez en su piel. Me llamé estúpido en mi pensamiento y me dispuse a morir callado y en silencio, pues no me quedaba otra opción ya que su extrema fuerza y su hechizo hipnótico no me permitían moverme. Después de casi seguro leer todos estos pensamientos que os cuento, volvió a alimentarse de mí, dándome un placer indescriptible que me sumió en un extraño sueño, dominado por una oscuridad placentera y cómoda...
      Cuando desperté, el Sol ya había salido y me molestaba a mis ojos de recién levantado y algunos haces de su luz acariciaban mi brazo derecho proporcionándome un calor casi abrasador. Me sentí muy débil, pero creí que todo aquello no había sido más que un sueño terrorífico y extravagante. Suponía que debían ser más de las 10 de la mañana y llegaba tarde a la primera clase en la universidad. Me levanté eufórico sin hacer caso al extremo cansancio dueño de mí y me dirigí al armario donde guardaba mis prendas limpias y el espejo donde acicalarme adecuadamente. No pudo haber más sorpresa cuando descubrí las marcas de mordedura en mi cuello y mi brazo derecho parcialmente quemado por donde me había despertado el Sol.

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