domingo, 2 de octubre de 2011

A map of the world...

His fucking face is a map of the world...

     Se anudó la capa después de arreglarse su cabello rubio y se dispuso a ver a su reina. Comprobó que su espada seguía en su funda y que llevaba el pequeño puñal dentro de una de sus botas negras. La capitana de los ejércitos reales era llevada ante su querida reina, acusada de traición y conspiración. La habían permitido volver a su casa después de que se lo notificara que debía compadecer en la sala del trono, ventajas de poseer por el momento su título. Totalmente ridículo, la situación era absurda, y se preguntaba a cada instante que demonios había pasado para que se le acusará de semejante mentira. ¿Traicionar a su reina? ¿A su amada Gabriel? ¿A su amante secreta en las noches de luna llena? Debía de ser una broma, una maldita broma...
     Salió al establo de su hogar y montó en Leandro, un pura sangre de color negro que había infundido valor a sus tropas y temor a sus enemigos en innumerables campañas. Le acarició la crin susurrándole que todo iba a salir bien. Luego le ordenó que galopara, quería llegar lo más pronto para intentar hablar asolas con la reina e intentar arreglar este malentendido antes de involucrar a más gente. El viento azotaba su cara con fuerza y casi no podía abrir los ojos por el mismo, estaba anocheciendo y las antorchas ya habían sido encendidas en los caminos principales del pueblo. Las puertas de las murallas que protegían el castillo estaban abiertas como si la invitaran con ánimo maléfico a su interior.
     Llegó a las caballerizas reales y dejó a Leandro atado al lado de recipiente con agua y avena, le abrazó la cabeza y le volvió a susurrar que todo estaba bien, en sus ojos podía ver un aire de preocupación como si supiera lo que estaba ocurriendo. Avanzó con paso firme y orgulloso hacia las puertas del castillo sujetando la empuñadura de su espada, saludó a los guardias de la entrada que se limitaron a alzar la cabeza en señal de respeto y no se detuvo siquiera en los bufones que provocaban las risotadas de los nobles enfundados en un vestido elegante demasiado pequeño para sus enormes barrigas, decidida avanzaba hasta la sala de su majestad.
    Abrió las pesadas puertas sin siquiera llamar y encontró a Gabriel reunida con un par de ministros de su corte enseñándole unos documentos que debían ser cuentas o de permisos de mercado.

-Majestad, solicito audiencia con vuestra merced.
-¡Cómo os atrevéis a interrumpirme! Estoy...-Miró de reojo y reconoció a su capitana.-¡Oh! disculpadme Hana, no sabía que erais vos. En unos momentos os atenderé.

    Se quedó de pie observando a los ocho guardias reales dispuestos cuatro a cada lado, su pesada armadura, sus lanzas gruesas y sus mandobles parecían grandes para muchos de ellos, sobretodo a un joven que no había visto nunca, tal vez había acabado de ascender, o simplemente era un capricho de su querida Gabriel como de costumbre. La miraban con desconfianza, seguramente habían sido informados de las acusaciones que recaían sobre sus hombros y estaban alerta, algo bastante comprensible.
     Los ministros hicieron una reverencia antes de marcharse y se alejaron en silencio cerrando la puerta tras de ellos. La capitana se acercó hasta las escaleras que conducían al asiento dorado forrado de terciopelo rojo donde esperaba la reina e se postró ante ella.

-Me sorprende que hayáis llegado tan pronto, la citación estaba prevista para esta noche y aun no ha llegado ninguno de los testigos...
-Por ese mismo motivo, majestad, he pensado en apresurarme, quisiera aclarar este malentendido antes de que toda la corte pueda desconfiar de mi valía y lealtad.-Levantó la cabeza sin levantarse del suelo y pudo ver una risa fría curvando los labios de una forma siniestra.
-Han llegado informes a mis oídos de que habeis concedido información de extrema importancia a nuestros enemigos acerca de las flaquezas de nuestras murallas...-Levantó una ceja mientras cogía la copa que un sirviente le traía en una bandeja de plata. Hana se levantó y respondió:
-Sabéis que eso no es cierto. Jamás traicionaría el reino, podéis estar segura mi señora.- Avanzó unos pasos hacía ella para comprobar que la risa se había convertido de una forma malintencionada en burlesca.-Soy la capitana de vuestro ejército, que por los tiempos que corren, no hay adversario que haya osado vencernos. Mi nombre incita temor y respeto y muchas de mis batallas han pasado a ser leyenda por los escritores y juglares de las cortes de países remotos. ¿Qué deseos debería tener para traicionaros?

     Se levantó de la silla y su expresión pasó a ser seria, se acercó a su capitana y se puso frente a frente con ella.

-Realmente sois una persona asombrosa, no solo eres una gran dirigente y una gran estratega, si no que cultiváis vuestra mente y pronuncias palabras tan bellas como lo son las noches sin luna repletas de estrellas. Sois capaz de confundir hasta el más despierto y de embelesar al más resistente.-Le acarició la mejilla y le dio una fuerte bofetada que sobresaltó al soldado más joven. Su tono pasó de ser autoritario al de una simple mujer celosa, en voz baja continuó.-A mí no me engañas querida, sé lo que has estado haciendo las noches de campaña y guerra.
-No sé a lo que os referís...-Dijo ésto sujetándose el lado marcado por la mano de Gabriel.
-Por supuesto que lo sabes! Escuché a tus soldados contar con gran orgullo que su gran capitana había conquistado la ciudad de Rivenclaw y que después organizó una fiesta en los famosos prostíbulos de sus calles!-Estaba enrojecida por la rabia y la miraba con una expresión de extrema furia.
-Mi hermosa Gabriel, es cierto que premié a mis soldados por su gran victoria, pero os aseguro que yo no fui participe de esa celebración. Estuve en mi tienda leyendo uno de los libros que me regalasteis en mi último aniversario.
-No te creo, eres incapaz de no compartir algo con tus soldados, y además añadieron que reclamaste a las prostitutas más bellas para ti.
-Os juro que no es verdad. Sabéis que solo tengo ojos para vos mi...
-Cállate! No quiero que me encantes con tus sucias palabras bellas y tus estúpidas declaraciones de inocencia. No te creo...-Se escucharon unos golpes en la puerta principal y los guardianes abrieron las puertas anunciando la llegada de los testigos que acusaban a Hana de traición.
-Majestad, cuando queráis procederemos al juicio.
-Ya mismo, aunque creo que la declaración de los testigos ni siquiera hará falta, la misma capitana acaba de confesar.
-¿¡Qué?!-Exclamó Hana sorprendida por la respuesta de Gabriel
-Erais una gran dirigente, que lástima, supongo que a veces el poder y la fama se nos suben a la cabeza y queremos más y más...-Dio la espalda a la capitana y mientras se sentaba en su trono ordenó.-Supongo que erais demasiado perfecta para ser cierta ¡Prendedla!

    Los soldados entraron en la sala y la cogieron de ambos brazos mientras los otros le quitaban la capa de dirigente, la espada y el cuchillo que sobresalía de su bota. Luego en un intento desesperado intentó ampararse al sentimiento que habían compartido ambas.

-¡Por Dios! ¡Gabriel! No podéis hacerme esto, sabéis que no soy ninguna traidora, ni tampoco os he engañado con nadie. ¡Recuerda todas las noches que hemos pasado juntas! ¡Recuérdalas!

    La reina dudó un momento, pero se decidió al instante y pronunció las palabras que sentenciaron a la capitana.

-¡¿Cómo osáis hacer tales declaraciones sobre mí?!-Exclamó nerviosa levantándose.- ¡Llevadla a las mazmorras del sótano! donde nunca tengamos que verla más ni ella pueda ver jamás la luz del Sol.

     Las lágrimas se resbalaron por las mejillas de Hana quien no podía creer lo que estaba sucediendo, la persona por la que había logrado sus victorias, a quien les había dedicado sus grandes hazañas, a la que entregó su amor, la condenaba a una eternidad entre tinieblas. No le preocupaba no ver la luz o estar a oscuras para siempre, le dolía el hecho de que muy a pesar de su maldad, nunca más vería a su amada Gabriel.

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