viernes, 27 de abril de 2012

BREATHING

Siente como late...

Correr como si el mundo fuese a derrumbarse. Caerse en medio del camino tropezando con una minúscula piedra que no has visto. Continuar caminando con el único objetivo de perderte por los lugares que ya te han amparado antes. Ése era tu ritual, caminar por lugares que nadie transitaba mientras gritabas y golpeabas el aire que te rodeaba en muestra de furia. A veces te dejabas caer al suelo y empezabas a llorar, otras te limitibas a aumentar el volumen de los auriculares con la única intención de que éstos perforaran tus tímpanos. ¿Quién estaba en esos lugares para sujetarte? ¿Quién estaba esperando al otro lado de la carretera para abrazarte? Por supuesto que nadie. 

Miraste las cicatrices en tus rodillas y las heridas que te habías provocado esa noche. Siempre eran sencillas, sin mucha profundidad, pero escocían como si un millón de demonios te hubiesen insertado sus tridentes en los pulmones, como si se hubiesen extendido por todo tu cuerpo débil y falto de oxígeno.

Te detuviste un momento y volviste la mirada atrás. No había retorno, o al menos eso siempre decías. "Esta vez no volveré, acabaré con todo" 

Cobarde, nunca cumples con tus promesas. Pues lo único que haces es seguir caminando por la noche sin compañía alguna. Te bastas tú misma para echarte los sermones que tanto te mereces y que tanto se repiten en tus debates mentales. Éstos lugares te pertenecen, son tuyos en tu entera soledad y en tus infinitas voces y sabes que nadie puede molestarte allí. "Pero te vuelves siempre buscando que alguien, conocido o no, aparezca y te sujete".

Porque es eso, es como si la mismísima torre de Babel estuviese derrumbándose ante tus pies sin que puedas hacer algo por ayudar. La ira de un Dios rencoroso la ha destruído y tú ni siquiera has podido implorar a su piedad para que salvara aunque fuese tan solo un pedacito de ella. No, lo único que has conseguido es correr entre árboles, enloqueciendo con cada zancada, perdiendo la razón en cada paso, acabando con cada resquicio de cordura que queda en tu podrida mente. 

Y sigues corriendo hasta que te encuentras delante del mismo tronco. Aquel que te hipnotizó con su simpleza y con su tacto. Aquel que te permite subir por encima de él y posarte en una de las ramas que sujeta. Cierras los ojos y te maldices mil veces por repetirlo. Por no ser valiente, por no tener las agallas y tomar las decisiones acertadas. Por tener unos sentimientos traicioneros y una razón que nadie más verá para seguirles. Una razón que tan solo los locos, desquiciados, desesperados o cansados de la vida simplemente, son capaces de comprender.

La cuerda sigue en el mismo lugar, pero tú, de nuevo, no la has vuelto a usar. No eres capaz de seguir con tu destino. No eres siquiera capaz de reconocer que no tienes las agallas de cumplir tus ocultas intenciones.

¿A qué motivo se lo atribuimos?


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