sábado, 30 de junio de 2012

La cara oscura de la luna (parte final)

   Habían transcurrido casi doce días desde que entré por primera vez en el "chateau du femme gargouille". Vivía casi en un sueño, no sabía exactamente lo que sentía, qué sentimientos o emociones experimentaba al tenerla, pero no podía negar que era devota de sus caricias. Ni que no quería marcharme.
    Estaba paseando por los exteriores de la casa cuando vi llegar al chófer conduciendo el mismo coche que me había traído hasta aquel lugar. Bajó de él y abrió la puerta a una señorita rubia que traía un par de maletas consigo. Ésta entró en la mansión decidida mientras el chófer se recostaba en el vehículo y se encendía un cigarrillo. Me apresuré hacia él y le pregunté quién era aquella chica.

-Una invitada de la señora, creo que trabaja en una de sus oficinas. Aunque la verdad, se parece un poco a ti ¿No?

    Al escuchar esas palabras algo en mí se estremeció. Entré corriendo en el enorme edificio y me dirigí a los aposentos de Greta. Allí estaba ella, vistiéndose y arreglándose seguramente para su nueva invitada.

-Pasa Lisa. Aunque tengo algo de prisa creo que podré darte un poco de atención.- Se giró sonriente, aunque mi expresión hizo que la cambiara pronto de su cara.-¿Qué ocurre?
-¿Quién es?
-¿Quién?
-La chica que ha llegado hoy.
-¡Oh! Es mi nueva invitada. ¿Por?
-¿Cómo que por? ¿Y yo?
-Tú también lo eres y tu estancia aquí está a punto de finalizar. El contrato está cerrado y nada te retiene aquí.
-Pero, creía que...
-¿Eras especial? Por favor, no me hagas reír.- Se acercó a mí mientras terminaba de abrocharse la camisa.- Nunca te he prometido nada. Es verdad que me lo he pasado bien contigo, pero ya está, no hay más.
-Yo...-Bajé mi rostro en un intento de esconder mis lágrimas que se me agolpaban en los ojos.
-¿En serio creías que eras diferente? ¿Es que acaso no te sirvió lo que viste con Dana?

   Tenía razón. ¿Por qué creía que yo iba a ser diferente? ¿Quién era yo para exigirle nada a ella? Por supuesto que nadie.

-Es cierto.- Susurré mientras me separaba de ella. Ésta me observaba confusa sin sus características gafas. Después de unos minutos sentenció
-Comeremos a las dos. Nos veremos entonces.

    Salí de su habitación presa de un pánico silencioso. Anduve por el largo pasillo, fijándome por primera vez en los cartelitos blancos que había junto a cada una de las puertas. En ellas se podía leer nombres tales como "Cristina", "Elisa", "Margaret" o similares. Cuando llegué al mío quise proseguir con aquel desfile, pero terminaban en la habitación contigua a la mía donde la nueva invitada estaba instalándose, el resto estaban vacíos.
    Horrorizada, entré en mi dormitorio gritando y golpeando todo cuanto se me ponía delante. Con la rabia y la impotencia dominando mis sentidos, creía que me estaba volviendo loca. No era la primera y ni siquiera iba a ser la última. Mis suposiciones acerca de lo que yo significaba para Greta habían caído en saco roto. Lo peor era que partía a la mañana siguiente, devolviéndome a mí misma a la monótona vida normal de la cual la señora Gargouille me había sacado.

*

     Cuando llegó la hora de comer descendí las enormes escaleras que daban al vestíbulo. Allí se encontraba la nueva invitada, encandilada con una de las esculturas egipcias que adornaban la sala que daba paso al comedor. Cuando me vio me dedicó una sonrisa y se disculpó de la siguiente forma:

-Hola, no te había visto antes. Soy Aina, trabajo para la señora Alfonso.
-Yo Lisa y soy una amiga de Greta.
-¿No te parece que es increíble la colección que posee?- Se volvió a girar hacia la escultura y siguió.- Realmente es una mujer sorprendente.
-No es tan especial como parece.- Respondí intentando mostrar desinterés.
-Tal vez, pero es como si tuviese algo que atrapara.

      Iba a contestar cuando llegó una de las sirvientas que nos indicó que la comida iba a servirse. Las dos entramos en la enorme habitación y vimos que Greta ya estaba sentada. Se levantó y ofreció un sitio a su lado a la tal Aina mientras yo me sentaba a su otro lado. Observaba presa de la frustración las atenciones, tan discretas como contundentes, que la señora Alfonso mostraba a su nueva invitada. Ésta se reía y se sonrojoba ante los gestos que le eran dados. La chica se manchó un poco la blusa y Greta se ofreció para limpiarla. No pude soportarlo más y salí de aquella estancia sin despedirme ni reparar en las caras de sorpresa que había provocado en ellas.
     Entré en mi habitación y cerré la puerta dando un portazo, echándome en aquella cama vestida con las sábanas de seda que Greta había comprado. No encontraba explicación o razón por lo que sentía. Todo parecía estar acumulándose en mi garganta y en mi pecho dificultando por momentos mi respiración. El simple recuerdo de sus manos acariciándome quemaba todos los poros de mi piel. Sin saber de que forma proceder, me encontraba totalmente impotente ante la idea de marcharme a la mañana siguiente. Intenté dormirme, imaginando que todo aquello no era más que una pesadilla producto de mi mente y que pronto despertaría de nuevo en los brazos de mi amada.

*

    Salí de mi habitación y me dirigí a las cocinas. Allí, los sirvientes junto con los cocineros ultimaban los preparativos para la cena. Me dirigí a un chico con la indumentaria de chef y le pregunté:

-¿Tienen fresas y champán? A la señora y a mí nos gustaría darnos un tentempié antes de la cena.
-Creo que aún quedan unas pocas, si me disculpa un momento.- El muchacho se dirigió hacia una puerta plateada y entró. Luego volvió con un cuenco pequeño lleno de fresas y con un par de copas en la mano.- ¿Dónde quiere que lo deje?
-En los aposentos de la señora Alfonso. Y ponga un cuchillo para poder cortar las fresas, si es tan amable.

    El chico no se sorprendió por mi mandato, pues no era la primera vez que Greta me había enviado a por alguno de sus ingredientes para sus extravagancias.
   Volví a mi cuarto y me puse el único vestido que había traído conmigo, negro y brillante. Luego me calcé un par de zapatos, también negros y con un finísimo tacón de aguja. En cuanto hube comprobado mi imagen ante el espejo, salí en dirección a la habitación de la señora de la casa.
   Vi que las fresas ya estaban allí junto con el champán. Entré dentro y cerré la puerta tras de mí. Me recosté en la cama y empecé a devorar las fresas, imaginando con cada mordisco los labios de mi amada Greta. Cuando me cansé de ellas, serví en ambas copas un poco de bebida y me llevé una conmigo mientras echaba el resto de lo que quedaba de la botella sobre mí. Al terminar con aquel extraño baño cogí el cuchillo y lo sostuve durante unos minutos, jugando con él y acariciándolo mientras me acababa de convencer acerca de mi inminente destino.

*

     La última vez que había visto a Lisa había sido a la hora de comer. La señora Gargouille había preguntado por ella, pero nadie del servicio había sabido de ella desde la mañana.
    Andaba buscándola para despedirse de ella antes de su marcha y no podía creer que se hubiese ido de la mansión sin más. Observó la rosa negra que había arrancado para regalársela y se dijo a sí misma que acabaría por aparecer y se dispuso a volver a su habitación. De camino, entró en la habitación de Lisa pero encontró que todas sus cosas seguían en su sitio. Cansada, prosiguió su camino hasta sus aposentos y se encontró, extrañada, con la puerta cerrada, pues creía recordar que la había dejado abierta.
    Cuando entró sus pasos se detuvieron en seco al encontrar tal escena. El cadáver de Lisa, echado sobre la cama, estaba cubierto por su sangre y por champán. En su mano izquierda reposaba un cuchillo manchado de rojo y en su otra mano una copa rota. Sonrió con malicia y se dirigió hacia la copa llena que estaba encima de la mesita. Luego dejó caer la rosa negra en su frente y besó una de sus manos.

-Al final resultaste ser más interesante de lo que esperaba.

Alzó la copa a modo de brindis y se la bebió.


Para mi Kaii.

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