lunes, 2 de julio de 2012

Tú y yo

Nota: Poned play a la canción "so happy together". En serio, merece la pena.

    Sin excusas. Él la esperaba en el lugar planeado. Ella se retrasaría los 5 minutos reglamentarios mientras él empezaba a imaginar todo el tipo de cosas que podían haberle ocurrido. Su pie repiqueteaba el suelo mostrando la impaciencia y los nervios que apresaban todo su cuerpo. No podía creer que hubiese sido capaz de decirle a aquella que observaba desde su mesa durante todo el bachillerato que la quería. Ella siempre se sentaba en primera fila, y él en la última. A él le encantaban las canciones románticas, la novelas de amor eterno. A ella la distorsión de las canciones más duras del metal o rock.
    Apareció por allí vestida de manera muy formal. Llevaba su característica cadena colgando de una hebilla del pantalón, pero aquellos pantalones y camisa eran muy elegantes. El contraste que represantaba su ropa, blanca y negra, era la clara definición de los dos. Ella se quedó extrañada cuando aquel tímido muchacho de última fila y de pelo rubio se le acercó para decirle, sin temor y sin peros, que era la chica con la que quería pasar el resto de su vida. No lo quiso creer, o mejor dicho, su mente no estaba preparada para aquello, pues no lo esperaba. Sonrió al verle y le saludó con la mano mientras iba acercándose. Éste solo mostraba una sonrisa idiota y feliz.
   Sus ojos se veían cubiertos, extrañamente, por unas gafas con patillas color blanco que la hacían parecer a su ver aún más mona, pues no recordaba habérselas visto puestas. Su melena color negro azulado resaltaba la palidez de su rostro y el color sonrosado de sus mejillas. Él besó su mano y la condujo hasta el interior del local que los esperaba.
    No esperaba tal caballerosidad en un joven de su edad. Parecía sacado de alguno de los poemas o de las canciones épicas que tanto le gustaban. Era algo insólito, sus palabras y sus gestos solo denotaban elegancia a la vez que nerviosismo. Le proponía debates sobre algún libro o alguna corriente filosófica. El sudor de su frente le recordó el momento en que ella no estaba segura de aceptar su invitación. Sus excusas eran que no se parecían, que eran de mundos diferentes. Él tan solo le respondió que así no serían copias exactas aburridas que no discuten nunca. Aceptó, sin saber porqué, al instante.


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