miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carreteras (Mod 2)

Camins, que ara s'esvaeixen,
camins, que hem de fer sols,
camins, vora les estrelles,
camins, que ara no hi són.


    Llevaba la carga de miles de pecados en su espalda. Sus aspiraciones no eran más grandes que las de cualquier otro hombre; y sus ojos, rebordeados con unas prominentes ojeras, mostraban que a pesar de todo tenía la conciencia tranquila.
   Se le veía la mayoría de noches paseando por las calles nocturnas y solitarias de aquel pueblo. Las mentes retrogradas que lo habitaban, al llegar las diez ,se encerraban en su casa con un pequeño hueco en la ventana para poder interrogar a la mañana siguiente a cualquiera que fuese visto a esas horas  fuera de sus hogares. 

     Sentada en aquella terraza, fumando su habitual cigarro antes de dormir, se preguntaba a cada instante qué diablos estaba haciendo con su vida. Normalmente se apoyaba en la barandilla y observaba la calle vacía imaginando fantasmas, dueños del pueblo hasta el amanecer. Jugaba a adivinar sus antiguas vidas: infieles, trabajadores nocturnos, esposos devotos o jóvenes rezagados que murieron por un descuido. 
    Después de dar la última calada entró en su habitación. Corrió las cortinas y se echó sobre la cama. La misma rutina de todos los días, la misma angustia todas las noches. Sus sueños siempre eran las figuras imposibles de lo que buscaba. Aquellas materializaciones intangibles que podía casi rozar con la yema de sus dedos. 
   Apunto de quedarse dormida le pareció escuchar un repiqueteo lento y sordo. Unos golpes de tacón que procedían de la calle. Se levantó extrañada y echó un vistazo escondida detrás de la cortina. Le sorprendió ver aquella figura, material y algo fantasmal, que estaba paseando al final de la calle con dirección a su apartamento. Escuchaba también una especie de silbido que salía de sus labios mientras parecía cambiar el ritmo de su caminar acorde a esa extraña melodía.
     Sus latidos se aceleraron sin saber muy bien el motivo. Sus manos habían empezado a temblar al observar aquel hombre del que tanto había escuchado hablar, pero que nunca había visto. No era terror, ni tan solo miedo, era más parecido a la agradable excitación de ver algo que no creías y no saber como reaccionar ante su presencia. 
     El hombre seguía avanzando por la calle y, como si hubiese detectado la presencia de la mujer observándole, se detuvo delante del bloque de pisos mirando fijamente hacia su ventana. Como en un impulso, la mujer se retiró hasta la pared más próxima intentando ocultar su presencia ante aquellos ojos oscuros que la habían visto claramente.
 
      Le había parecido observar una figura detrás de los ventanales. Detuvo sus pasos para fijarse mejor en aquellos apartamentos y poder encontrar al curioso que mañana le haria ser la comidilla del barrio. Llegó a ver la figura asomando su cabeza temerosa a través de una ventana del piso cuarto y pudo reconocer el rostro de una mujer a duras penas a través de la tenue luz de las farolas. Él sonrió y alzó su mano saludándola mientras rezó lo siguiente:

Corre sin tener ninguna prisa ni fin
ama sin ser amado, odia sin querer
no perdones sin saber, no confíes en el deber,
y da gracias simplemente por existir.

    Dicho ésto el hombre hizo una reverencia y continuó con su paseo nocturno. 

    La mujer, que había escuchado claramente aquella voz ronca recitando aquellos versos, no pudo evitar sonreír. Un extraño fuego adolescente pareció adueñarse de su pecho. Se asomó sin temor a la ventana de nuevo y no pudo verle. Empezó a llorar al comprender de pronto lo estúpida que había sido. Se dejó caer en su cama y cerró los ojos aún mojados y sonriendo, por primera vez, al pensar en el encuentro con sus sueños. 

*

     Continuaba repasándose el pelo como le había enseñado su madre. Las manos acariciaban su cabello una vez arreglado y acababan de repasar que todo estuviese en su lugar. Salía de casa cogiendo su bolso preparado desde la noche anterior para no tener que entretenerse por la mañana. Antes de salir por la puerta, se detenía en el espejo de la entrada y comprobaba que llevase del lado derecho la camisa y que no le faltase nada, olía sus axilas y recogía las llaves de su coche. Al final, una simple mirada para despedirse de su casa hasta la tarde y un portazo que por primera vez despertó al vecino de al lado.
     Abrió la puerta con el mando de las llaves y arrancó el coche en dirección a su rutina diaria. Una oficina tranquila, sin más movimiento que el intercambio de chismes, el fluir de las cuentas calculadas o el ir y venir de nuevos clientes.
    Ese día llevaba su coche raudo y veloz por las calles de las afueras de su pueblo. Era diferente, lo había visto en su mirada delante del espejo antes de irse de casa. Lo había notado en su último sueño, extrañamente sereno y tangible, y cuando se había duchado, sintiendo cada gota que recorría su cuerpo desnudo en perfecta armonía con ella misma.
     Conducía con la radio bajo mínimos y eso la enfureció. Mientras era retenida por un semáforo en rojo, escarbó en uno de los cajones de debajo de su asiento y encontró un viejo CD de música de los que escuchaba hacía años. Lo metió en el reproductor y le subió el volumen hasta casi molestarle. Bajó la ventanilla y apagó el aire acondicionado frío. Aún retenida por el semáforo, vio como a su lado pasaban un par de mujeres ya entradas en edad que la estaban mirando con cara de horror. Al ver ésto empezó a reír y arrancó a la señal de la luz en verde.
     El viento desordenó sus cabellos pero esta vez no le importó, solo confirió un grito de alegría y apretó un poco más el acelerador hasta que la varilla de velocidad llegó al límite permitido. El estéreo del coche seguía reproduciendo en los altavoces las canciones que antaño le inspiraban fuerza. Al borde de una rotonda encendió un cigarrillo y continuó el corto camino que quedaba hasta su trabajo de la misma forma; con el pelo deshecho, las gafas por encima de él, oliendo a humo y echando por los poros un bienestar que hacía siglos que no sentía.
     Una vez delante de las oficinas, lejos de dejar esa vieja música en el recuerdo, la copió en su reproductor de música portátil, polvoriento y olvidado en una de las guanteras de su coche. Luego la hizo estallar en sus oídos con unos auriculares de un color blanco amarillento a causa de su desuso. Se detuvo delante de la puerta principal y observó por los cristales a todos sus compañeros que ya habían llegado. Tan formales, tan correctos. Y ella no había sido diferente. En teoría.

Cerró los ojos y dio las gracias.
     
    ¿Pero ya sabes que éste/a puedes ser tú, no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario