domingo, 14 de octubre de 2012

Todo lo que no se ve

No tengas miedo del pecado, sino de las tragedias.


    El viento estaba bastante molesto esa noche. Movía las cortinas fantasmales en la búsqueda de perturbar su tranquilidad habitual al pasar las doce. Con un libro en las manos y con la tenue luz de una pequeña lámpara intentaba llamar a Morfeo mientras era espectadora de una deliciosa historia. Sus ojos atentos no percibían nada más a su alrededor, salvo el baile de la tela blanca encima de la ventana que la distraía de vez en cuando.
    Todo era perfectamente normal, habitual de todas las noches. Pero de repente, una suave caricia hizo erizar la piel de su brazo. La había sentido claramente, no era una mala pasada de su mente ni nada por el estilo. Y aún estuvo más segura cuando notó una mano descansando en su hombro. Apartó la vista del libro e intentó encontrar la presencia de algún familiar desvelado a su lado, pero no encontró nada. Al dejar el libro encima de la mesa y moverse, aquella peculiar sensación se desvaneció y volvió a aparecer en cuando volvió a la posición donde estaba. Su corazón, lejos de sentir miedo, se regocijó y se sintió infantil.

-Supongo que estás molesta conmigo. Hace tiempo que no te visito. Lo sé.

   Sintió un suave apretón en el hombro y sus labios dibujaron una sonrisa satisfactoria.

-Lo siento, de verdad, ya sabes que no tengo demasiado tiempo. Prometo ir en cuando pueda.

    Esta vez notó un pellizco en su brazo y la desaparición de aquella peculiar mano de su hombro. Sus ojos se llenaron de lágrimas felices mientras apagaba la luz y se dejaba caer por fin al abrazo de sus sueños.

  *

     Dirigía sus pasos por las afueras de su pueblo. Un suave viento acariciaba su cabello y hacía que entrecerrara sus ojos mientras sonreía. Silbaba una canción al compás de su caminar sin prestar atención a las fábricas que rodeaban aquella vieja carretera.
     Llegó al final del camino y entró por la puerta adornada con el nombre de "Cementerio Municipal". No tenía ni que pensar por que pasillo dirigirse en aquel enorme laberinto, tan solo se dejaba llevar por sus pasos ya acostumbrados a aquel viejo recorrido. Al llegar a su destino, se detuvo frente a frente con el mármol sin dejar de sonreír. Acarició con la yema de los dedos la fotografía y susurró despacio:

-Te dije que vendría. Siento haber tardado tanto, no me gustaría disgustarte.

    Un par de gotas resbalaron por sus mejillas mientras seguía apoyada en la lápida.

-Ya sabes que aún hoy te necesito. Sigo siendo aquella niña pequeña que lloraba en tu regazo cada vez que caía al suelo. Sigo siendo aquella indefensa cría que necesitaba tus consejos aunque no los entendiese en su momento. Soy lo que soy gracias en gran parte a ti. Gracias por todo.


Hace ya 8 años que te marchaste. Y aún hoy te estoy agradecida. Gracias abuela.

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