miércoles, 17 de abril de 2013

Lanzas.

      Simplemente no puedo, es superior a mí. Todo se echa sobre mis hombros y me pesa.
    Las lanzas se metieron en el cuello y en la espalda. El respirar, la sinfonía aquella del no saber qué cojones está pasando se fundió con él. Aquella absurda pared que se derrumbó con su choque. Todo por esa arma, esa arma que acaba conmigo lentamente y me consume. Son 17 las que lleva, y no sé si estoy preparada para la 18. Y aunque sea increíble, no me quedan más lágrimas que puedan llorar todo que le está por llegar. ¿Cómo puedo sobrevivir? ¿De qué modo podría escapar de ese inevitable final que se acerca cada vez más rápidamente?
     Esas luces se apagan cada vez que llegas. Olvido y dejo en otro lugar ese susurro incesante que me acompaña desde que soy pequeña. Pero es algo que no puede permitirse, cómo bien dijiste. Quién iba a decirme que iba a ser yo misma, al final y después de todo, la que se mordiese la lengua para no acabar con lo poco que parece que abarcamos. Y no puedo llorar, aunque la asfixia se ponga en mi garganta cada vez con más fuerza, aunque cada vez me cueste más no derrumbarme. No puedo llorar.
    Aún así, siempre hay ese espacio para lo que soñamos. "Soñar es bonito dijo.". Cuánta razón, pero qué cruel a la vez. Siempre habrá lugar para ese pequeño rincón en nuestra mente en el que lo que deseamos pueda hacerse, en el que no hay problemas para tener aquello que amas. Ese pequeño lugar que nos tortura sin querer, que nos muestra esa fantasía imposible de la que somos esclavos. ¡Y no puedo llorar!

     Queda poco para la 18. Tan poco... Y no sé si estoy aún preparada para afrontarla, para soportar todo lo que va a traer la nueva herida que abra, aunque mi espalda ya está desnuda para recibirla sin tejidos que parezcan atenuar su efecto. Y no voy a llorar...
    

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