lunes, 12 de octubre de 2015

Redoble

        Siempre recuerdo aquel día de forma agridulce: el éxtasis conjugado en un posterior vacío, un abismo sin fondo que parecía querer romper la mismísima Tierra.

"Qué harías tú..."

    
       Respirar era una acción común que todos los días acertaba a cumplir con atino. Inspirar y expirar, sin demasiado ahínco ni demasiada desgana: un hábito normal. Pero había algo que la alteraba, algo que excitaba su ritmo y creaba arritmias en su compás, un insignificante e insulso suceso que últimamente tenía la costumbre de repetirse y de generarle ansiedad. Aparecía: inocente, ignorante, irreverente e incluso algo diferente. Absurda. 

     No era el modelo ni el prototipo que siempre había causado su excitación, no era ni por asomo la estela de lo que ella siempre había amado destruir: ¿Qué sentido tenía humillar a alguien que ya era, por simple coincidencia del destino, inferior a ti mismo? ¿Qué valor, qué morbo, qué satisfacción podía tener dominar a alguien que ya te debía sumisión? No, no tenía sentido, ni valor, ni morbo; ni siquiera un mínimo destello de satisfacción. O no debía tenerlo. 

      Fuese como fuese, se veía arrastrada todos los días a jugar con ella: fingía interés, que la apreciaba y de pronto se apartaba dejándola en la estacada. La atraía a su red hasta que conseguía atraparla para dejarla allí sin comérsela, abandonada, sola y sin esperanza de que ese tormento terminase. La balanceaba entre su telaraña, liberándola y enjaulándola a partes, a mitades; sin decidirse. ¿Acaso no era lo mejor que sabía hacer?

        Aquel día se sentía sumamente nerviosa y, por ende, en su cuerpo estallaba la necesidad de doblegarla y retorcerla hasta que suplicase clemencia. Sin embargo, sus ganas siempre estaban sometidas a la situación y guardaba la compostura delante del mundo mientras su excitación no hacía más que ir en aumento. Cuando, por fin, se quedaron a solas, se lamió los labios de forma inconsciente mientras disimulaba su interés en las pisadas de ella que se acercaban tímidamente.

            Escuchó sus labios clamando su favor para que le ayudase “¿Puedo enseñarte esto?”. Casi con entusiasmo descafeinado cogió el papel y fingió leerlo a desgana, mientras por su mente pasaban mil y una formas de machacar el ego febril de la que tenía delante. Sin levantar la vista del folio le dijo:

-¿Hacías esto mientras me ignorabas, cierto?
-Yo… supongo… no…

        Ya había empezado: ella tartamudeaba insegura, tambaleándose y, seguramente, pensando alguna excusa para ganarse su favor. Pobre niña estúpida.

-- Deberías ser menos altanera y preocuparte por rendir bien. ¿No fuiste tú quien tenía ganas de trabajar aquí?
-Sí, tienes razón, pero...
-¿Crees que siempre te salvarán tus buenas formas y tu capacidad de improvisación? Habrá un momento en el que no puedas echar mano de tus dones.

        Sintió como ella empezaba a retroceder y a perder las ganas de impresionarla, algo que provocó un escalofrío de placer en su nuca. No la había mirado directamente desde que se había acercado y sin embargo la observaba de reojo mejor que nunca: los mismos pantalones, la misma camisa, las mismas botas, las mismas gafas cubriendo unos ojos asustados de ella. Absurda, vulgar, insolente; demasiado atrayente.

-Creo... creo que...
-¿Crees, qué?
-Yo...- La veía tartamudear mientras no dejaba de fijar su vista en el papel. No quería darle importancia, no quería darle nada; sin embargo, adoraba verla allí, casi arrodillada tratando de complacerla.- Creo que tienes razón.
-Por supuesto.

-Lo siento.
-No tengo tiempo para estas tonterías. Esfuérzate más.

            Sí, eso esperaba; quería, necesitaba que ella se sintiese culpable de su reacción, pidiéndole compasión como hacía ahora mismo. Sonrió para sí mordiéndose el labio inferior: desde hacía días sentía la ansiedad de destrozarla no solo por dentro, sino por fuera, tenerla a su merced en cuerpo y alma. Se llevó la mano al muslo y se lo apretó con fuerza, tratando de calmarse y de razonar.

-Sí, me debes esa disculpa. Podríamos quedar.- Le encantó el brillo que apareció en los ojos de ella cuando pronunció esas palabras.
-¿Quedar? Sí, sí, cuando quieras.
-No, mujer, cuando tú puedas.

            No iba a concretarle la fecha y probablemente no quedaría con ella fuera, aunque se muriese de ganas realmente. La observó por primera vez de frente, inyectando la mirada en sus ojos y denotando un interés falso y verdadero al tiempo que no podía más que causar la confusión que ya se reflejaba en ella. Siguió apretándose el muslo con fuerza mientras trataba de coger fuerzas para marcharse.

-Ya me dirás algo, tengo que irme.
-Sí, hablaremos de esto.
-Claro.- Se giró de espaldas y se adelantó hacia la puerta mientras la dejaba atrás, sonriendo por fin abiertamente segura de que esta no la veía.
-Te escribo y te lo digo
-No lo dudes, mi vida.

        Un último golpe mortal: la tenía de nuevo a sus pies.


PD: "Narcisismo es lo que impera."
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"Acojonada, intimidada: muerta de miedo. 
Se acordaba de su cara, 
no podía dejar de esconder la sonrisa. 
Caminaba por el pasillo absorta
en sus pensamientos, 
se lamía el labio inferior, 
se lo mordía atrayéndolo a su boca.
Cada vez más adentro

Sigue caminando, 
con la piel erizada
deseando encontrársela hoy, 
pensando cómo ilusionarla, 
enamorarla 
para luego, 
impúdicamente rechazarla, 
repetidas veces

Seguía acordándose de ese día: 
la sensación vertiginosa
recorre toda su espalda cuando la deja
entre las cuerdas, 
empotrada en una pared, 
sin salida. 

No importan las miradas, 
la excitación sigue creciendo 
con el peligro de que los ojos ajenos
la vean rozando,
arañando lo prohibido. 
La ve, la mira, 
la tiene, la quiere:
Sumisa, arrodillada e inocente.
Contiene los impulsos, 
quiere hacerla explotar susurrando
palabras que encandilan,
y matan después:
Tú brillas

Lo más dulce que puede oler; 
el miedo, 
la expectativa de tenerla de nuevo 
delante y destrozarla. 
Luego, fingir 
que la vuelve a recomponer
para exterminarla sin piedad,
otra vez

Amparo Alemany Martínez"


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