miércoles, 3 de agosto de 2011

Las lágrimas de San Lorenzo...

Vale, llevo arañándome el dorso de la mano durante 10 minutos y casi sin darme cuenta, en fin, solo digo que no me hago responsable de lo que escriba a continuación, dudo que tenga sentido o que guarde coherencia siquiera.

GO!

     Se sentaba en el borde del precipicio esperando que sus padres la llamaran para irse creyendo que su niña estaba jugando tranquilamente con su consola. Balanceaba los pies jugando con la sensación de tranquilidad y tensión que le daba aquella posición. Ya no era una niña y durante toda su vida ha tenido la misma costumbre, escaparse de los ojos guardianes de sus padres para experimentar el peligro y la aventura en aquella montaña habilitada para comidas familiares. Ahora, siendo más mayor, le encantaba coger un libro y sentarse de la misma forma sumergiéndose en la magia de una lectura cualquiera. Sus padres seguían creyendo que se había ido a pasear en busca de un poco de tranquilidad.
     Imaginaba las vidas de los personajes de sus libros y le encantaba imaginarse a ella misma dentro de esas historias, ya fuera como protagonista o como un personaje secundario fundamental. A veces su mente complacía a sus deseos y le mostraba nítidamente imágenes de las lineas que interpretaban sus ojos como maravillosas historias de caballeros, de amores prohibidos en la sociedad actual, de personajes sobrenaturales tan carismáticos como crueles, de historias fantásticas sin ningún tipo de relación con la realidad o con un relato que la hiciera estremecer de puro terror.
    Dejó la lectura que tenia entre manos a un lado y se dejó caer hacia atrás con las piernas aún colgando sobre el vacío, contemplando un cielo azul con un círculo brillante reinando sobre aquel día de intenso calor. Cogió la cantimplora y se echó agua por encima bebiendo lo poco que conseguía llegar a su boca. Se preguntaba como sería ver las estrellas desde aquel lugar, alejado de la luminosidad de la ciudad y de los ruidos artificiales. Debía ser un espectáculo magnifico digno de observarse al menos una vez. Quedaba poco tiempo para que cumpliese la mayoría de edad y pudiese sacarse el carné con el que poder ir a donde le diera la gana, y sabía que uno de los primeros lugares a los que se escaparía sería aquel. Sus padres empezaron a llamarla para irse, ella se levantó y recogió sus cosas; el libro, la cantimplora y la mochila que llevaba siempre consigo y salió corriendo al encuentro con ellos.

*

     Por aquellas carreteras comarcales no solía haber mucho tráfico, y menos a esas horas. Eran las 11 de la noche y conducía hasta el pequeño reducto de paz que le había quedado con los años, el único que había sobrevivido a la tempestad de su juventud y de sus relaciones. Ni siquiera su habitación le proporcionaba el bienestar que antes encontraba cuando se refugiaba en ella. Llegó sin demasiadas dificultades a la cima de aquella montaña que tantas veces había recorrido con su familia, aunque desde hacía años, lo hacía completamente sola. Bajó del coche y cogió su mochila llena con las cosas que consideraba indispensables para pasar una noche sin preocupaciones, un buen libro, la luz pinza (a la que al fin le había encontrado una utilidad), la cantimplora, algo para picar, las llaves del coche atadas a una cadenita para no perderlas de vista y diversos objetos que estaban siempre ahí; el móvil se quedaba apagado y dentro del coche. A veces le gustaba llevarse su viejo MP3 con canciones que la llenaban de antiguos recuerdos.
     Pero aquella noche no, era solo para ella, para estar con ella misma, para recapacitar, pensar y reflexionar sobre temas que tenía demasiado vistos. Se acordó de una frase que le dijeron hace tiempo, "No vale la pena pensar demasiado, no sacas nada en claro" Nunca estuvo de acuerdo con ella, pues en esos momentos era cuando más tranquila y lúcida se sentía. Abrió el libro y leyó una veintena de páginas que parecían estar de puro relleno, descripción de personajes, descripción de paisajes, descripción de más personajes secundarios, se aburrió en seguida y cerró el libro sin ganas de continuar con aquella pastosa lectura. Tenía los labios secos y echó un trago a su cantimplora, sintió como si un huequecito en sus costillas se llenase con aquel líquido que helaba su tráquea. Había demasiada actividad en su vida y no le dejaba tiempo para dedicarse a si misma, incluso hacía más de 2 meses que no pisaba aquel lugar que tanto le gustaba.
    Esa era otra, creía que con su independencia conseguiría la ansiada libertad y soledad que anhelaba cuando era una adolescente, pero la verdad era que desde que empezó la universidad y luego a trabajar casi no tenía tiempo para ella misma. El apartamento donde vivía la asfixiaba, sus amistades; a pesar de que se preocupaban y la querían, la agobiaban, su familia que llamaba cada dos por tres para preguntarle como iban las cosas a pesar de haber hablado hacía 5 minutos la ponía de los nervios y luego estaba ella misma, que a pesar de los pretendientes (que no habían sido pocos) que habían pasado por su vida, nadie había sido capaz de completar el pequeño hueco que seguía helado por el agua. Buscó en su mochila los primáticos e intentó ver alguna de las estrellas fugaces que habían anunciado ese día por la tele, las lágrimas de San Lorenzo, cada año desde que tenía 10 años salía a la terraza a verlas, pero aquel día prefirió observarlas desde su rincón secreto.
     Vio la primera caer y sonrió complacida, aunque ahora ya no se sentaba al borde del precipicio a causa de la falta de valentía, se sintió como si estuviese en el mismo abismo donde le encantaba balancear las piernas de pequeña. Corría cierta brisa fresca que la obligó a buscar su camisa de manga larga para protegerse del frío. Reconfortada y con el calor de vuelta a su piel, se concentró en ver cuantos meteoros caían desde aquella negrura llena de estrellas. Recordó que de pequeña pedía un deseo por cada una que llegaba a ver y sintió melancolía y deseo de volver a su infancia para repetir todos los "pequeños" descubrimientos que hacía cada día. Añoraba aquellos tiempos, tan rápidos como intensos y añoraba la despreocupación y la falta de responsabilidades que tenía por aquel entonces. Soltó una carcajada ruidosa, seguía teniendo las mismas pocas ganas de trabajar como cuando era una adolescente y no estudiaba para los exámenes. Aunque realmente no le había ido tan mal, pensó aún divertida.
     Sus ojos felices reflejaban las decenas de meteoros que ahora caían a cada momento, la actividad máxima había llegado y era momento de deleitarse con aquel magnífico espectáculo que solo se repetía una vez cada año. Cogió la mochila y la puso detrás de su cabeza para estar más cómoda ya que le empezaba a doler el cuello, mientras seguía observando fascinada aquellas estrellas fugaces que eran realmente las dueñas de su corazón, recordándole que por mucho que llorara o por mucho que riera, ellas estarían allí todos los años esperándola para acompañarla por una noche en su recorrido por la vida. Pues nunca habían fallado a su cita las magníficas lágrimas de San Lorenzo.

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