sábado, 7 de enero de 2012

¡No es tan fácil salir de aquí!

No es tan fácil elegir.


    No era la noche, ni tampoco las horas que eran, pero cuando te encontré apoyada en el portal de mi casa fumándote aquel cigarrillo fue como si todos mis pensamientos acordaran dirigir su atención hacia ti. Me detuve, te observé detenidamente, no quería equivocarme de persona a causa de mi ausencia de gafas. No había duda, eras tú con aquel porte orgulloso y altivo que siempre te ha caracterizado, tan lejos de mí y tan terriblemente cerca...
    Me miraste con indiferencia, tiraste el cigarrilo y te acercaste poco a poco, sospesando cada paso como si estuvieses apunto de arrepentirte en el último momento. Yo, sin moverme, te contemplé absorta en el movimiento de tu falda que creaba arco iris pequeños de aire que dejaban ver pequeñas partes de tus piernas. Levanté la mirada y estabas casi frente a mí, tú reías ahora, divertida por lo asustada que me deletaban mis ojos.  Dibujé una pequeña sonrisa en mis labios y tú me cogiste la mano y la pusiste en tu mejilla, restregándola cariñosamente entre mis dedos. Luego soltaste mi mano y me besaste la frente susurrando "adiós" mientras poco a poco te desvanecías entre mis brazos que intentaban atraparte para no perderte.
    De nuevo sola, completamente sola sin poder volver a verte.  Busqué por mis alrededores mientras las lágrimas me resbalaban al recordar que estaba dentro de un maldito sueño. Miré por todos los lados pero no estabas, te habías evaporado como si nunca hubieses sido la protagonista de aquel pequeño trozo de fantasía de mi mente dormida. Me arrodillé en el suelo y lloré con la mayor rabia que pude mientras golpeaba la puerta del coche que tenía al lado. Pobre su ventanilla y pobre mi puño que acabó lleno de pequeños cristales incrustados.
    Cuatro paredes se acercaron hasta dejarme unos escasos metros cuadrados de espacio para moverme, intentando de forma inútil escapar de aquella pequeña carcel limpia y blanca de la que me había hecho presa sin que me hubiese dado ni cuenta. A quien pretendía engañar, me senté respaldada en una de las paredes mirando aquella infinidad blanca delante de mis ojos, yo sola me había encerrado.

Y sigo cayendo...
y sigo queriendo huir.

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