domingo, 3 de marzo de 2013

Vacío.

        Los conceptos, a veces, se enrevesan y no se definen como esperas. Necesitas dejar tus gafas en otro sitio que no sea tu nariz y cerrar los ojos intentando no derramar una lágrima más. Nadie lo entiende, y tú aún menos. Deslizas tu mano por tu pelo buscando ese alivio fugaz que no proporciona más que una efímera ilusión. Un destello, una chispa que se enciende y apaga casi al instante. Tu mente, incapaz de pensar en otra cosa, busca esconderse de las preguntas que tú misma le formulas. Intentas detenerte "nunca dejes de hacerlo". Y a pesar de todo sigues más perdida que el día anterior. Reclamas algo que tiene nombre y apellidos, y quién sabe si incluso dueño. Algo que jamás te ha pertenecido, y que no lo va hacer por mucho que grites, llores o maldigas al cielo por tu suerte. Da igual que golpees una pared mil veces y que te rompas la mano como hiciste antaño. Todo eso da exactamente igual.
        Porque en este juego, el que primero se arriesga sin pensar antes en las consecuencias de sus acciones, suele perder. Y lo peor de todo es que una vez estás dentro necesitas llevarlo hasta el final, aunque conozcas de antemano qué va a ocurrir. No puedes escapar y cuanto más lo intentas más parece acrecentar esa necesidad imperiosa de gritarle al mundo entero lo que realmente se pasa por tu mente.


Barajar el mar de posibilidades
que marcaste como posibles ases
de una partida que ni habías supuesto antes.

Dar la vuelta a la baraja
y mostrar que no hay nada
ni siquiera una mísera carta.
 
Revertir las palabras en juego
y conjugarlas aparentando desgana
escondiendo el sangrado de un alma
que nunca entendió porqué ese deseo.

Desdoblar las miradas
y penetrar en el punto más hondo
deseando que no exista otro modo
de volver a ver su fantasma.



Las palabras se marchitaron antes de salir de su boca
y toda su retórica junto con sus penosas formas,
se deshicieron como el hielo, esperando la mejor hora
para salir corriendo y dejar a su dueña de una puta vez rota.

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